Por mí misma

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Capitúlo 1

SE DESPERTÓ CON LA luz tenue del amanecer. A su alrededor todo estaba en silencio. Se escuchaban sonidos distantes; un programa de televisión, voces elevadas, los ruidos del tráfico. Pero en su pequeño cascarón, no había nada. Ningún movimiento, ni siquiera la respiración; solo silencio. 

Se quitó la sábana, haciendo una bola con ella cerca de su pecho y presionándola contra su rostro para sentir confort. Si bien no había nadie allí, sentía una presencia. Tenía miedo. Una oscura sensación de pavor se acumulaba en su estómago y le dificultaba respirar, forzándola a tomar inhalaciones rápidas y poco profundas. Intentó mantener el silencio. Quizás para dejar que la aparición no se diera cuenta de que ella estaba allí. Si alguien se enteraba de su presencia, algo horrible podría sucederle. No podía identificar en su mente lo que era aquello, pero la intensa ansiedad y la anticipación hacían que su corazón latiera con fuerza y velocidad. Se acurrucó con la sábana en su rostro durante unos minutos más. Luego, finalmente la hizo a un lado y comenzó a moverse. Reptó por el suelo, con sus sentidos en alerta. La luz del apartamento era tenue. Un olor a rancio parecía deslizarse dentro de su cabeza, pero no había nada que pudiera hacer con ello.  

El hambre crecía dentro de ella. Sollozó debido a la urgencia y al dolor que le producía. No había nada para comer. Ruidos de pasos sonaban en el pasillo; se quedó quieta y esperó. No se detuvieron en la puerta. No entraron. Continuó su viaje, arrastrándose lentamente a través del suelo. Le tomó siglos llegar hacia el otro extremo. Se sentía débil y debía detenerse a descansar con frecuencia. Ante cada ruido, cada arañazo de un zapato o grieta del edificio, se detenía y escuchaba con atención, esperando el final. Esperando el dolor. Temiendo lo peor. 

Usó una taza para sumergirla en agua. Estaba fría, insulsa y sabía mal, pero eso ya no importaba. Refrescó sus labios resecos. Calmó el dolor de su garganta. Llenó su estómago vacío y duro.  Jadeó para respirar entre cada trago, quedándose sin aliento ante la urgencia de llenar su estómago, incluso a sabiendas de que el agua no la mantendría satisfecha durante mucho tiempo. Luego se recostó y se acurrucó; sus ojos se sentían pesados.

Un fuerte golpeteo en la puerta despertó a Justine, de repente. Se sentó, como sorprendida. Miró hacia la puerta de su habitación por un minuto, desorientada, intentando dilucidar en dónde se encontraba y de separar el sueño de la realidad. Nuevamente un golpe, y la voz exasperada de su madre. 

-“¡Justine! ¡Despierta! ¡Es hora de ir a la escuela!”

-“Ya estoy levantada,” gritó Justine, su desorientación y el terror de su sueño interrumpido exacerbaban su enojo. “¡Déjame en paz!”

-“Será mejor que estés bañada y vestida en diez minutos”. 

-“No lo creo”, murmuró Justine controlando su respiración. Emma siempre trataba de apurarla.

Se recostó allí, en su cama suave y cálida durante unos minutos más, cerrando los ojos e intentando recordar los detalles de su sueño. Había tenido este sueño, u otros similares, con regularidad. Odiaba irse a dormir por las noches, sabiendo que existía la posibilidad de soñar. Ella soñaría una y otra vez, durante toda la noche. Cuando se despertaba por la mañana, aún estaría allí, al borde de su conciencia. Justine se sentiría cansada y se arrastraría a la escuela por la mañana, luchando por centrarse en las tareas mundanas que los profesores tendrían para ella. Cosas inútiles y sin sentido. Entonces, ¿por qué intentaba recordar los detalles? ¿Por qué intentaba sentir aquello que sentía al soñar? Si era una pesadilla que evitaba cuando se iba a la cama por las noches, ¿por qué buscarla ahora? No tenía sentido. Pero era una parte de su ser. Parte de quién era y no lo entendía. Quería comprenderse a sí misma, entender de dónde provenían todos esos sentimientos y esos sueños. 

Estaba como dormitando, volviendo a caer y comenzando a acercarse a los confines del sueño. Imágenes inconexas atravesaban su mente, justo fuera de su alcance, más allá de su habilidad de comprenderlas y de conectarlas.  

-“¡Justine!”, chilló Emma, y nuevamente comenzaron los golpes en la puerta. 

-“¡Te dije que estoy levantada!”, gritó Justine a través de la puerta. Tiró la sábana y la dejó hecha un ovillo desordenado encima de la cama. “¡Ya me levanté de la cama, así que puedes dejar de acosarme!”

-“Llegarás tarde a la escuela. ¡Y harás que llegue tarde al trabajo!”

-“¡No me importa!”, chasqueó Justine.  

-“¡Justine!”. La voz de su madre estaba cargada de frustración y de una furia que apenas podía controlar. “¡Saca tu trasero de allí, ahora!”

Justine sonrió con satisfacción ante la ira de su madre. Era lo que Emma merecía por su tiranía. Justine pateó la ropa apilada alrededor de la cama. Algo para la escuela. Eligió un par de vaqueros anchos gastados. Se encontraban razonablemente limpios. La administración la perseguiría por esos agujeros en las rodillas, pero no le importaba. Se quitó la sudadera andrajosa y la camiseta que había utilizado para dormir. Se cambió y buscó una camisa. Era suficiente con una blusa arrugada, de mangas largas. Tenía una mancha de salsa de tomate en el frente, pero la limpiaría con un trapo húmedo. Justine la dejó fuera de sus pantalones y tomó su gorro favorito de las clavijas en la parte posterior de la puerta. Tejido a crochet, con una visera que le daba sombra a su rostro y la hacía lucir como un villano salido de un libro de misterio de Sherlock Holmes. Lo puso sobre su cabeza y salió de la habitación. 

Emma salió de la cocina y la observó al escucharla bajar por las escaleras. 

-“Justine”, su voz estaba repleta de desaprobación. “No puedes ir a la escuela luciendo así”. 

-“¿Qué hay de malo con ello?”, la desafió Justine. “Quitaré la mancha. A nadie le importa cómo luzco”. 

-“Debería importarte cómo luces. Es solo… luces como si hubieras dormido con ello durante una semana. La gente pensará que no te cuido de la manera apropiada”. 

-“Bueno, no puedes”, indicó Justine. 

-“No te duchaste”. 

-“No. Se me hizo tarde y no tuve tiempo”. 

-“¿Cuándo fue la última vez que tomaste una ducha?”, insistió Emma. 

-“No lo sé. Hace un par de días”, dijo Justine encogiéndose de hombros. 

-“Los chicos en la escuela comenzarán a quejarse de que apestas. Tendrás una mala reputación. No querrás que todos piensen que hueles mal. Nadie querrá estar contigo”.  

-“Eso está bien por mi”, afirmó Justine rotundamente. No necesitaba a nadie más. Sencillamente podían mantener su distancia. 

Ella pasó  junto a su madre y abrió el refrigerador, buscando algo para comer antes de salir para la escuela. 

-“Siéntate y toma un buen desayuno”, dijo Emma firmemente. “¿No quieres un poco de cereal? ¿Huevos? ¿Tostadas?”

Justine se asomó del refrigerador con una porción de pizza y una botella de jugo. 

-“No tengo tiempo para sentarme”, expresó, “y mejor que te vayas a trabajar”, le dijo mirando el reloj, “o llegarás tarde”. 

Emma miró el reloj, bien consciente de lo tarde que era, y volvió a mirar a su hija. 

-“¿Irás directo para la escuela?”, verificó. 

-“Sí”, le contestó Justine mientras tomaba el jugo directo de la botella. Emma odiaba eso. Justine la observó estremecerse. “Me voy ahora mismo”. 

-“No quiero recibir una llamada de que llegaste tarde o de que estás ausente. Peina tu cabello antes de irte”, indicó Emma, acercándose a la puerta. Tomó su maletín de la mesa. 

Justine rodó su cuello, ignorando las instrucciones, y le dio un buen mordisco a la pizza. 

-“Te amo”, le dijo Emma, y atravesó la puerta. 

Al menos no había intentado besarla esta vez. Justine se recostó contra el mostrador, comiendo su pizza. No sentía apuro por salir hacia la escuela. Miró como Emma sacaba su automóvil por la calzada e iba en camino. Comió su pizza y tomó el jugo lentamente. Apoyó el contenedor medio vacío en la mesa y lo dejó allí. 

Fue al baño y se miró al espejo. Se alegraba de no parecerse a su madre. El cabello de Emma era rubio oscuro, era impertinente y bonita; un pequeño paquete prolijo. A ella le gustaba lucir bien. Detestaba la aparición creciente de las arrugas y las líneas del ceño en su rostro, y le echaba la culpa de ello a Justine.  Nunca había tenido una arruga antes de Justine. O canas en su cabello. Ahora lucía cansada y, a veces, ni siquiera podía reunir la energía para discutir con Justine. 

Por el otro lado, Justine tenía largas masas gruesas de cabello marrón oscuro. Sus ojos eran azules, pero de un azul profundo y chispeante. No del azul pálido y acuoso de los ojos de Emma. Sus manos y sus pies eran grandes, casi masculinos, y sus largas piernas superaban la altura de Emma por algunas pulgadas. Justine suponía que había obtenido las características físicas de su padre, quienquiera que éste fuera. O quizás había otra madre en algún lugar, una que lucía como ella. Una que Emma le mantenía oculta. 

Justine había peinado su cabello en una trenza para dormir; era la única manera de  mantener su abundante cabellera en su sitio durante el transcurso del día. Pero ella no había reparado al trenzar su cabello y ahora algunos mechones se escapaban de la trenza  y colgaban de manera desordenada como ondas alrededor de su rostro. 

Justine quitó el elástico del extremo de la trenza y comenzó a trabajar su cabellera suelta, desenredando la trenza y pasando sus dedos a través del cabello para acomodarlo alrededor de su rostro y por su espalda. Bien. No se preocupó por peinarlo, como Emma le había sugerido.  Lavó la mancha de salsa de su blusa y sacó casi la mayor parte de ella, dejando sólo un pequeño rastro anaranjado. Se echó agua sobre el rostro, se puso desodorante y salió de la casa. 

Tomó su larga tabla del frente de la puerta. Después de descender los escalones, apoyó el skate y se subió a él, transformándose. El viento dejaba fluir su cabello hacia atrás, y ella veía como todos esos sentimientos negativos caían lejos de ella. Era libre. Ya no era más Justine, la hija de Emma. Ya ni siquiera se sentía atada a la tierra. Era como si el viento impetuoso la llenara como a un globo, elevándola, dejándola volar sobre el cielo por encima de la ciudad. Exhaló suavemente, saboreando esos breves momentos de libertad. 

El viaje a la escuela no duró lo suficiente. Justine deseó tener algunas horas más simplemente para montar su tabla, dejando que el viento la llenara y dándole a sus músculos el tiempo necesario para relajar y aflojarse. Su tabla siempre se sentía como un escape. El skate era una de las únicas cosas que realmente disfrutaba. Continuó montando hasta pasar de la acera de la ciudad a la de la escuela. El Sr. Berkoff, el portero de la escuela, se encontraba juntando metódicamente los residuos del suelo y le gritó: “¡Bájate de esa tabla! Deberías saber que las tablas no están permitidas en el territorio escolar”.  

-“No le estoy haciendo daño a nadie”, gruñó Justine. Pero se bajó de su tabla de todos modos y la volteó tomándola entre sus manos. “No entiendo por qué no están permitidas”. 

-“Podrías tirar a alguien”, le dijo el Sr. Berkoff, comenzando a contar los puntos fuera con sus dedos. “Podrías dañar la propiedad escolar. Es una molestia para aquellos estudiantes que ya se encuentran en clase… a diferencia de ti, que no pareces recordar a qué hora suena la campana”. 

-“Quizás no tengo clases durante el primer período”, le respondió Justine con una sonrisa. “Quizás tengo una hora libre”. 

-“No tienes una hora libre”, afirmó Berkoff. 

No era como si él se encontrara en la administración. Ni siquiera sabía cuál era su programa de clases. Sólo estaba suponiendo. Intentando lucir inteligente cuando en realidad no lo era. Todo lo que sabía era recoger residuos. Justine le ofreció una sonrisa burlona de superioridad y entró a la escuela. Una vez dentro, consideró bajar su skate y montarlo hasta su casillero. Pero si la atrapaban, y las opciones de que lo hicieran eran muchas, las consecuencias serían severas. Ella no sentía ganas de quedarse después de clases en detención. No deseaba pasar allí más tiempo del necesario. 

Cuando Justine llegó a su casillero, guardó su tabla, y tomó los diversos libros que necesitaría para sus clases matutinas. Sacó su teléfono para verificar la hora. No era tan tarde, sólo habían pasado diez minutos desde la campana del primer período. Todavía podría realizar la mayor parte de la clase. 

“Señorita Bywater”, expresó una voz con desaprobación, “llega tarde”. 

Justine se dio vuelta para encontrarse con el subdirector. El Sr. Johnson era alto y delgado como un espantapájaros. Lucía ligeramente desaliñado, como si él también hubiera llegado tarde y hubiera tenido que correr para llegar a tiempo a su oficina.  Su cabello fino y sus lentes con borde de alambre lo hacían lucir más viejo de lo que probablemente era. Pasó  una mano sobre su frente para limpiarse el sudor. Justine le ofreció una sonrisa tímida.

-“Lo siento Sr. Johnson”, se disculpó utilizando un tono de voz que esperó sonara sincero. “Creo que me quedé dormida después de que sonó la alarma por haberme quedado limpiando la noche anterior, y mi madre no se encontraba en casa para despertarme. Llegué lo más rápido que pude”.   

-“No quiero escuchar sus excusas”, afirmó el Sr. Johnson remilgado, suavizando su chaqueta con ambas manos. “No es la primera vez que llega tarde. Ya es una niña grande, casi un adulto. No debería ser responsabilidad de otra persona tener que despertarla. Puede asumir la responsabilidad de levantarse a tiempo usted misma”. 

-“Lo sé. Y usualmente lo hago”, expresó Justine encarecidamente. “Fue sólo esta vez. Mi alarma estaba configurada, pero me sentía muy cansada…” 

-“Entonces, vaya a la cama más temprano”, le dijo, sacudiendo su cabeza y mirando por encima del borde de sus gafas. 

Justine dejó de sonreír. Parpadeó rápidamente y giró sus ojos hacia arriba como si estuviera evitando las lágrimas. 

-“Tuve que trabajar…pero… sí, Sr. Johnson”. 

-“Eres una chica inteligente”, le dijo el Sr. Johnson, con un tono algo más conciliatorio. “No quiero verte caer por la pendiente y abandonar. Tienes una promesa que cumplir. Pero debes estar aquí, y estar a tiempo. Cuando seas adulta, se esperará que llegues a tiempo a trabajar”. 

-“Sí, señor”, acordó Justine. 

Miró sus manos, parecía perdido acerca de qué decir a continuación. 

-“Por favor trabaja en ello”, le dijo finalmente. 

-“Está bien, lo haré”. 

El Sr. Johnson asintió brevemente, y se retiró. Justine lo observó irse, retrocediendo hacia el pasillo y dando la vuelta alrededor de la esquina. 

-“Viejo tonto”, susurró Justine. 

Cerró la puerta del casillero y le colocó su candado. Mirando nuevamente su teléfono, se dirigió a su clase del primer período. Ahora, más tarde que nunca. ¿El Sr. Johnson había querido que llegue a tiempo pero se había quedado hablando con ella cuando debería haber corrido a clases? ¿Qué sentido tenía eso? Justine se deslizó dentro del salón de clases y miró a su alrededor. El profesor se encontraba de espaldas mientras escribía en el pizarrón, y Justine caminó hacia su banco en puntas de pie. Cuando el profesor giró para continuar con su lección, sus ojos se posaron sobre ella y la estudió con el ceño fruncido.    

-“Tarde, Srta. Bywater”. 

-“Sí, señor”, reiteró Justine, con la cabeza gacha. “Ya hablé de ello con el Sr. Johnson”. 

Se mantuvo en silencio durante un momento y luego continuó con su lección. Justine dejó escapar un suspiro y abrió sus libros. 

La hora del almuerzo pareció tardar horas en llegar, pero finalmente sonó la campana y las multitudes de estudiantes se atiborraban en el pasillo, hablando y reuniéndose; se dirigían rápidamente a sus casilleros y luego a comer afuera o a la cafetería. Justine tiró sus libros dentro del casillero y tomó su skate. Se paró en la línea en la cafetería, mientras jugueteaba con su tabla. Tenía hambre y estaba impaciente por conseguir comida. Había un par de chicas a las cuales conocía paradas detrás de ella, y Justine podía escucharlas discutir qué comer. Ambas querían burritos, pero no tenían el dinero suficiente como para comprarlos. Se dio vuelta y las miró. 

-“Les compraré los burritos”, se ofreció. “¿Los quieren?”

Macy y Darlene se miraron entre sí, y luego a ella. 

-“¿Qué?”, preguntó Darlene. “¿Nos estás hablando a nosotras?”

-“Sí. ¿Quieren los burritos? Los compraré por ustedes”. 

Justine no podía soportar que alguien sintiera hambre. 

-“No necesitamos que nos compres nada”, le aseguró Macy. 

Justine se encogió de hombros y continuó. Colocó tres burritos en su bandeja, y una leche chocolatada. Si las chicas veían sus opciones, no tendrían nada que decir. En la caja, pagó por la comida. Macy y Darlene salieron detrás de ella. Justine se dio vuelta y le entregó un burrito a cada una, colocándolo en sus respectivas bandejas. 

-“¿De dónde sacaste todo ese dinero?”, la desafió Darlene, señalando la ropa gastada y de tienda económica de Justine. 

-“Lo gané”, mintió Justine, “en una apuesta”. 

Darlene giró sus ojos y sacudió su cabeza. 

-“No es cierto”.

Justine se encogió de hombros.

-“Entonces, los querían, ¿no? Y los compré para ustedes”.

Darlene asintió.

-“Aún así no te sentarás con nosotras”, contestó Macy con desprecio.

Justine sintió como su rostro se convertía en una máscara. Les había comprado el almuerzo, para que no tuvieran hambre, y ¿aún así actuarían como si ella tuviera la peste? ¿Podían comer su comida, pero no podían sentarse en la misma mesa que ella? 

-“De cualquier modo no como aquí”, respondió Justine críticamente. “¿Por qué querría comer contigo?”

Justine dio media vuelta y se alejó. Desechó su bandeja, llevando consigo sólo su propio burrito y su leche chocolatada. Salió rápidamente de la cafetería y de la escuela. Estaba furiosa por la situación con las dos chicas. ¿Pero por qué le importaba? No era como si le cayeran bien. No le importaba lo que pensaran de ella en la escuela. No necesitaba sentarse con nadie. Era una chica grande, independiente y fuerte. No necesitaba sentarse con amigos como en el jardín de infantes. Justine bajó su tabla y se subió en ella; rápidamente se deslizó por la acera. El aire fluía por su rostro, su cabello flameaba como una cinta, y su corazón latía a medida que aceleraba. Aquellas chicas no significaban nada. ¿Podían andar en skate? ¿Podían hacer algo distinto a ponerse tanto maquillaje como para lucir como prostitutas? ¿Por qué querría tener algo que ver con ellas? 

Después de un rato, Justine bajó la velocidad. Continuó patinando a un paso más lento, mientras comía su burrito. Los grandes burritos eran legendarios en la escuela, y si bien estaban bien envueltos en plástico, eran difíciles de comer. Aunque Justine era cuidadosa, chorreaban, y su camisa casi limpia estaba sucia otra vez. ¿Cómo alguien podía comer esto sin mancharse? Lo que hubiera dado Justine por ver a Darlene y a Macy intentando comer sus burritos, de manera limpia y delicada, tocando los bordes de su boca con sus servilletas. De cualquier modo, la asombraba que consideraran comerse esos burritos con la figura que tenían. Incluso una ensalada las engordaría demasiado. Un pensamiento cruzó por su mente. ¿Y si habían estado hablando simplemente para ver cuál sería su reacción? Quizás no querían los burritos después de todo, simplemente querían saber cuál sería su reacción, si se interpondría y haría el ridículo al comprarles algo que nunca considerarían comer. Justine sintió como su rostro se ruborizaba, y su corazón comenzó a latir fuerte otra vez, pero esta vez se debía a la furia y no al esfuerzo. ¿Habían estado jugando con ella? ¿Simplemente querían ver si pagaría dinero por ellas? ¿Gastarlo? ¿Mostrar interés en ser su amiga para después volver a convertirla en una burla? Justine sentía tanta furia que revoleó la mitad de su burrito en el cesto de basura a medida que pasó con su skate. La sangre le hervía. 

Dio una vuelta alrededor del estanque, más allá de los paseadores de perros y de las mujeres que llevaban los carritos de bebés. La miraron irritados, pero nadie le dijo que debía mantenerse fuera del parque. Bajó por una de sus colinas favoritas, e hizo un salto sencillo. Luego, llegó la hora de regresar a la escuela. Justine volvió a su casillero antes de que sonara la campana, para evitar ser notificada por llegar tarde dos veces en el mismo día. Pasó por donde se encontraban Macy y Darlene, quienes susurraban y reían, mirándola al pasar. 

En matemáticas, Megan giró cuando Justine se sentó. Le otorgó una sonrisa amable. Megan tenía el cabello corto y unas gafas redondas con marco negro que Justine pensaba que la hacían parecerse a Vilma de Scooby Doo. Lo único que necesitaba era el sweater naranja. 

-“Hey, Justine”. 

Justine asintió, sin devolverle la sonrisa. 

-“Hey”, respondió de manera cortante, y procedió a abrir sus libros. 

-“¿Estás bien?”, le preguntó Megan. 

-“Bien. ¿Por qué?”

-“No sé, sólo luces como si estuvieras triste o algo. Sólo te estoy preguntando”. 

-“Déjame en paz”, gruñó Justine. “Estoy bien”. 

Megan volvió a su sitio. Philip se encontraba dado vuelta frente a Megan y le dijo algo. Megan sacudió la cabeza y se acercaron para hablar silenciosamente por un momento, mirando a Justine durante su conversación. 

Justine no podía oír lo que decían sobre ella, pero casi al final de la conversación, escuchó un nombre que se clavó como un puñal en su corazón. ‘Christian’. Megan miró nuevamente a Justine y volvió su rostro hacia el frente cuando el profesor comenzó con la clase. Justine bajó su rostro sobre sus brazos cruzados, cerrando los ojos; las dolorosas memorias colándose en su mente. Su corazón le dolía.  

Después de la escuela, Justine fue directo a casa por un refrigerio. Se sentía cansada y estresada, y simplemente tenía ganas de echarse frente a la televisión con su comida chatarra. Pero a medida que patinaba por su casa, vio que el automóvil de Emma ya se encontraba estacionado en la acera. Había salido del trabajo más temprano, o había traído el trabajo a casa consigo para continuar allí. Ninguna de las dos opciones era buena para Justine. No tendría tiempo de relajarse con Emma en casa. 

Inspirando profundamente y con un suspiro, Justine abrió la puerta de entrada y arremetió en la casa. Emma miró por encima de sus papeles esparcidos sobre la mesa de la cocina. 

-“Hola querida”, la saludo alegremente. “¿Cómo estuvo la escuela hoy?”

Justine rodó sus ojos y pasó a través del comedor directamente hacia la cocina. 

-“Sólo necesito algo de comer”, dijo. 

-“Tengo algo listo para ti. Sé lo hambrienta que llegas de la escuela”. 

Justine miró el plato de manzanas cortadas y el vaso de leche sobre la mesada de la cocina. 

-“¿En serio?” suspiró. ¿Cuántos años tenía, cinco? Metió su cabeza dentro del refrigerador y observó. Emma obviamente lo había limpiado. 

Ya no quedaban los restos de la pizza. Tampoco los macarrones con queso que Justine había cocinado el día anterior. Justine fue hacia los gabinetes, corriendo las cajas de cereales y los diversos productos secos. La purga que Emma había hecho con la cocina no había encontrado una bolsa de patatas fritas que Justine había escondido. Las sacó y abrió la parte superior de la bolsa para  sumergirse en ella. No había sodas o leche chocolatada en el refrigerador. Pero Emma no había podido dejar su taza diaria de café, así que eso aún estaba disponible, y Justine se dedicó a preparar la infusión. 

Emma entró en la cocina unos minutos después, probablemente al sentir el aroma a café, y miró como Justine comía las patatas fritas y se tomaba su expreso. 

-“¡Justine! ¡Estamos tratando de alimentarnos de manera saludable! ¡No puedes comer eso!”

-“Puedo comer lo que quiera”, le contestó Justine, atiborrando otro manojo de patatas fritas dentro de su boca, por si Emma decidía quitárselas. 

-“No, no puedes comer lo que quieres. Es malo para tu cuerpo, para tu humor y para tu cerebro. Acordamos que necesitábamos comenzar a alimentarnos de manera saludable, y a eliminar toda esta basura de tu dieta, el Dr. Morton dice…”

-“Nunca acepté nada”, interrumpió Justine. “Tú y el Dr. Morton decidieron todo esto, no yo. Nunca estuve de acuerdo en dejar de comer lo que me gusta y comenzar con las ensaladas y toda esa basura. Y no puedes obligarme”. 

-“Un cuerpo saludable, es una mente saludable”, la aleccionó Emma. “Hay estudios que demuestran que con tratamientos nutricionales y biomédicos puedes cambiar la química del cerebro…”

-“No soy una rata de laboratorio”, le espetó Justine. “¡No puedes experimentar con mi cerebro!”

Emma se rió. 

-“Sólo queremos que te sientas mejor. Queremos que te sientas segura, que seas feliz…”

-“No me haces sentir feliz metiéndote con mi cerebro. ¡No quiero que cambies nada de él!”

Justine estaba segura de que si Emma pudiera lograr que el Dr. Morton se pusiera de acuerdo con ella, estarían conectando electrodos en su cabeza. 

-“No es como si estuviéramos experimentando contigo, o inyectándote químicos nocivos, o incluso probando con más medicación. Simplemente estamos hablando de comer de manera más saludable, de nutrir tu cuerpo. Quizás cuando eras un bebé y estabas enferma, tu cuerpo y tu cerebro no obtuvieron todo lo necesario. Quizás con el trauma, los nutrientes se agotaron al enfermarte, quizás entonces, eso cambió las cosas, de modo que…:”

Poco a poco se fue callando. Justine la miró, mordiendo deliberadamente las patatas fritas. Las digirió con otro trago de café. 

-“No puedes obligarme”, repitió. 

-“Si sólo compro comida saludable, y eso es lo único que hay en la casa…”

Justine atiborró su boca con un enorme manojo de patatas fritas y las masticó, abultando sus mejillas. Emma respiró con frustración, y lanzó sus manos hacia el aire disgustada. Se dio vuelta y salió de la habitación. Justine asintió para sí misma y tragó la gran bola de patatas. 

-“No te metas con mi comida”, le dijo al silencio de la habitación. “No voy a dejar que me mates de hambre”.

Emma la dejó en paz por un rato, y Justine subió a su habitación para mirar su tarea. Pero luego Emma entró, abriendo la puerta de repente sin ni siquiera golpear y entrometiéndose en su santuario. La asustó, y el impulso de adrenalina la enojó de inmediato. 

-“¡Sal de aquí!”, le gritó Justine, lastimándose la  garganta debido a la violencia de su grito. “¡No puedes entrar aquí como quieres! El Dr. Morton dijo que debías respetar mi privacidad”. 

Emma tenía el ceño fruncido. Sus labios estaban presionados formando una fina línea, y Justine se encontró buscando vías de escape. Emma estaba enojada acerca de algo, y si Justine de algún  modo se había pasado de la raya…

-“¿Dónde está el dinero que estaba en mi bolso?”, soltó Emma.

Justine forzó una actitud despreocupada y casual, recostándose sobre su cama y encogiéndose de hombros. 

-“No lo sé. ¿Dónde está el dinero que estaba en tu bolso?”, le preguntó. 

-“Me lo robaste. ¡Revisaste mi bolso y robaste mi dinero!”

-“¿Por qué haría algo así?”

-“¡Porque eres una ladrona desagradecida! ¡No puedo creer que después de todo lo que pasé para ayudarte, para proveerte de lo necesario, para intentar criarte y hacerte sentir segura, que me robes! ¿Por qué Justine?”, inquirió elevando su tono de voz. 

Justine hizo una mueca de dolor ante su tono. 

-“¿En serio?”, dijo. “¿Vas a acusarme porque extraviaste tu dinero? Linda manera de criarme, Emma”.

-“¡Lo robaste!”

-“Pruébalo”, dijo Justine con calma; sus ojos abiertos e inocentes. 

Emma la miró, sus ojos brillantes de furia. Justine se encogió de hombros para evitar mostrar su ansiedad. 

-“Sé que lo robaste, y tu también lo sabes. Esto no es un tribunal. No tiene que ver con las pruebas. Es sobre tú violando mi espacio y robando mi dinero”. 

-“Bueno, si estás tan segura de que fui yo quien robó tu dinero, ¿qué vas a hacer al respecto?”, la desafió Justine. 

Las cejas de Emma se fruncieron ferozmente. 

-“Estás castigada, por un lado. Y voy a hablar con el Dr. Morton acerca de esto. Tendrás que hacer tareas para solucionar esto”. 

-“Oh, ¿irás a chismorrear con el Dr. Morton?”

-“¡Estoy buscando una manera de ayudarte, Justine!”

-“Hablar con ese curandero no me ayuda. ¿Ha logrado ayudarme durante los últimos diez años?”

Emma la miró por un momento, la furia comenzaba a desaparecer. 

-“Creo que te ayudó por un momento”, dijo lentamente, “pero luego…”

La ira de Justine creció ante la insinuación de que estaba enferma y de que podían curarla. 

-“Nada está mal conmigo”, la desafió. “Tú eres la que tiene un problema contigo. Crees que puedes ordenarme y que no soy una niña obediente, que debe haber algo mal con mi cerebro. Y el Dr. Morton está feliz de sacarte tu dinero y de seguir diciéndote lo mal que está mi cerebro. Es una estafa Emma. Es sólo un curandero. Todas esas estúpidas terapias; tiempo, juego de rol, trucos de entrenamiento para perros; y piensas que puedes cambiarme, ¡pero no puedes!” 

-“Habías comenzado a estar mejor”, indicó Emma. “Tú y yo habíamos empezado a llevarnos mejor, a tener una relación. Y después…”, sacudió la cabeza con los ojos llenos de lágrimas. “¿Qué pasó Justine?”

-“Nada pasó”, dijo firmemente Justine, mirándola directamente a los ojos. Emma abrió la boca. “Nada pasó”, volvió a repetir, su voz era dura, su garganta le dolía de tanto gritar. “Nada”.  

Emma sacudió su cabeza. Sus ojos estaban tristes, su rabia sobre el dinero robado había desaparecido. Sólo tenía esa mirada de amor y de lástima que hacía que Justine se sintiera atrapada. Emma atravesó la habitación, y Justine retrocedió, no porque tuviera miedo de que le pegara, sino porque sabía lo que vendría. 

-“No me toques”, le advirtió. 

Emma se sentó en el borde de la cama y puso su brazo alrededor de Justine. Justine se tensó de inmediato y no le devolvió el gesto. 

-“Te amo, Justine”. 

-“No, no lo haces”. 

-“Soy tu madre. Eres mi bebé. Y no importa cuánto intentes echarme, siempre te amaré”. 

El abrazó de Emma se intensificó y se hamacó ligeramente. Justine se retorció ante su gesto. 

-“Sólo mantén tus manos para ti misma”, objetó, “o llamaré a Servicios de Protección Infantil”. 

-“¿Y les dirás que te di un abrazo?”, cuestionó Emma riendo por lo bajo. 

-“Y les diré que me tocaste cando dije que no y me hiciste sentir incómoda. No tienes permitido tocarme así. Conozco mis derechos. No tengo que dejar que nadie me abrace o me toque. Ni siquiera tú”. 

La expresión de Emma se oscureció, y Justine supo que había tocado el punto. Pero Emma permaneció calma y firme. El Dr. Morton habría estado orgulloso de ella. Forzó una sonrisa, el amor ya no brillaba en sus ojos.

-“Apenas Servicios de Protección Infantil hable con el Dr. Morton, comprenderán. Nada sucederá”, expresó Emma despreocupada. 

Ambas se miraron, esperando que la otra diera el primer paso. Eventualmente, Emma se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. 

-“Estás castigada”, le recordó a Justine al retirarse; cerrando la puerta tras de ella. 

Justine se sentó  mirando la puerta cerrada y maldijo a Emma por lo bajo.

Capitúlo 2

JUSTINE ANDUVO EN SU skate por la ciudad sin dirección. Emma la estaría esperando en casa, pero como estaba castigada, no había manera de que fuera a ir hacia allá, o no podría volver a salir. Aún tenía dinero en su bolsillo, y estaba destinado para comprar comida chatarra. Justine no iba a morirse de hambre con Emma y su política de retención de alimentos. Al menos comería una buena cena esa noche.  

Justine dio vuelta a la esquina hacia una zona que le era poco familiar,  con su mirada aguda buscando cualquier colina, salto o área interesante para estar. Estaba bastante lejos de casa, de modo que no sabía bien lo que sucedía a su alrededor. Había ciertos beneficios de no volver a casa por la noche. Tenía más posibilidades de ir a lugares lejanos y de descubrir cosas nuevas. Después de algunas cuadras, Justine se encontró en una calle que parecía haber sido alguna vez la calle principal de un pequeño pueblo, antes de haber sido absorbida por la gran ciudad. La farmacia, la pizzería, y el cine ahora lucían antiguos. Había otras tiendas en un pequeño centro comercial ahora ocupado por un acupunturista, un contador y por alguien llamado “Albert Farcourt”, quien sólo tenía su nombre sin ninguna profesión  impresa en la ventana. Justine disminuyó la velocidad y miró a su alrededor. Mordió la acera antes de saltar con su skate hacia la calle, y realizó un amplio círculo en la carretera para regresar a la pizzería. Su estómago ya estaba gruñendo, y este pequeño lugar olía tanto a pan fresco y a queso que no podía resistirlo. Nadie la conocía aquí, y podía pretender ser un adulto o ser ella misma, en lugar de una adolescente rompiendo el toque de queda. 

Una campana sonó en la parte superior de la puerta al entrar. La luz del restaurante se sentía tenue después del brillo del sol del atardecer en el exterior. Había bastidores rotatorios climatizados que exhibían diferentes variedades de pizzas disponibles por porción. Justine observó los precios en la pizarra de la pared posterior. Los valores eran costosos, y cada pedido incluía una lata de gaseosa gratis. 

Una mujer asiática apareció por la puerta de la cocina y se acercó al mostrador, sonriendo. 

-“¿Quieres pizza?”, le preguntó intensamente. “Para ti, tengo una hawaiana o una de pepperoni a mitad de precio.  Ya han estado fuera por el tiempo suficiente y no quiero que se sequen. ¿Está bien? ¿La traigo para ti?”

A Justine se le hizo agua la boca, sólo de pensar en las posibilidades. 

-“Sí”, acordó, “una porción de cada una”.  

-“Te traigo una soda. ¿Quieres Coca? ¿Mountain Dew?”

-“Coca”, dijo Justine. 

-“¿Regular? No quieres de dieta, ¿no?”

Justine sonrió de manera burlona.

-“No de dieta”, acordó, asintiendo. 

La menuda mujer le cortó los trozos más grandes de pizza hawaiana y de pepperoni en un contenedor para llevar, tomó una lata de Coca del refrigerador y la colocó sobre el mostrador frente a Justine. Ella le entregó el dinero, y la mujer rápidamente lo metió dentro de la caja registradora y le entregó su cambio. 

-“Aquí tienes chica skater. Vuelve por aquí otra vez”. 

-“Lo haré”, le afirmó Justine, con una sonrisa radiante y emocionada por su cena. 

Le caía bien la mujer asiática. Muchos de los negocios que se encontraban alrededor de la escuela y de su casa odiaban a los skaters. No permitían los skates dentro de sus tiendas y la miraban de manera sospechosa como si fuera un delincuente intentando robar o causar destrozos en su propiedad. Usualmente enviaban al personal de seguridad a seguirla. Todo porque ella sentía la necesidad de usar ruedas en lugar de sus pies, o elegía no contaminar el medio ambiente con un automóvil. Simplemente por ello era considerada automáticamente un criminal. 

Justine comió su pizza de una manera más bien caótica mientras patinaba y buscaba un parque para sentarse, que también tuviera juegos o algo que le sirviera como desafío. En lugar de en un parque terminó en una calle sin salida. Estaba pegando la vuelta para volver, cuando vio la casa. Sus ojos la miraron lentamente para evaluarla. La hierba era demasiado larga en el jardín del frente. Una ventana estaba clausurada. Había volantes y correo sin reclamar al lado de la puerta. La casa se encontraba obviamente deshabitada; vacía. 

Justine miró hacia atrás para ver si había alguien; luego, dio una vuelta alrededor de la calle para ver si alguna persona podría estar prestándole atención.  No había nadie allí. Algunas casas tenían las luces y televisiones encendidas, pero nadie se encontraba en la ventana mirando hacia afuera. No había nadie subiendo a su automóvil, paseando con cochecitos o a sus perros; ni siquiera caminando. Estaba más que sólo silencioso; estaba desierto. Justine se bajó de su skate y la tomó con sus manos. No tenía sentido hacer más ruido del necesario. Las personas recordarían los ruidos de un skater solitario en medio de la noche. En puntas de pie, se aproximó a la casa, examinando las ventanas del frente con cuidado desde una distancia segura, y yendo directamente hacia la puerta que la dirigiría hacia la puerta trasera. El jardín era un desastre, ni siquiera estaba prolijo como el de adelante. Había una rueda de volante oxidada de algún basurero olvidado. Había piedras y ladrillos acomodados en un círculo para algún tipo de fogata. Había montones de latas de cerveza aplastadas y otro tipo de suciedad. Justine caminó por la parte posterior del jardín, con los ojos alerta ante la posible presencia de una alarma antirrobo o de algún equipo de vigilancia y examinando las puertas y ventanas para ver qué tan seguro era el edificio. 

No había señales de ningún tipo de vigilancia electrónica. Justine espió por las ventanas. La casa se encontraba vacía. Estaba tan vacía y solitaria, que su corazón se brotó con la necesidad de poseerla, de ocuparla; de hacerla suya. Nadie vivía allí, entonces, ¿por qué no? ¿Quién reclamaría que la casa estaría mejor vacía que con ella viviendo allí?  

Usando su camiseta como un guante para evitar la marca de sus huellas, Justine probó cada ventana y la puerta. Por supuesto, todo se encontraba bien cerrado. 

Justine probó dar algunas patadas debajo del picaporte, pero no tenía la fuerza suficiente como para abrirla de una patada. Miró alrededor del jardín para ver si encontraba alguna barra que le sirviera como palanca, y sus ojos fueron a parar a las piedras y ladrillos alrededor de la fogata. Tomando uno de los ladrillos, Justine lo lanzó hacia la ventana más baja con todas sus fuerzas. Según su experiencia, el vidrio era más difícil de romper de lo que aparentaba. Su lanzamiento fue bueno, y el ladrillo aterrizó en algún lugar dentro de la casa con un demoledor ruido de cristales rotos. Justine se mantuvo allí de pie por un par de segundos, escuchando. ¿Lo habrían escuchado los vecinos? Nadie se acercó a investigar. Justine acercó la llanta de la rueda hacia la ventana y la utilizó para impulsarse hacia arriba.  Limpió el vidrio del borde del alféizar con su skate y luego con su camisa, intentando evitar cortarse al trepar. Deslizó su skate a través de la ventana. Contando hasta tres, Justine se tomó del saliente, se trepó por la pared y se impulsó con sus pies para alcanzar el nivel de la vista, pasar su cintura y luego hacia el otro lado. Pasó por encima del travesaño, y saltó al suelo. 

Miró a su alrededor y se limpió las manos en sus vaqueros para deshacerse de las pequeñas astillas de vidrio. Algunas no salieron y tuvo que quitarlas de sus manos. Sangraban en pequeñas líneas delgadas, pero no eran serias. No habría necesidad de puntos, y su vacuna antitetánica estaba actualizada. Como skater, era bien consciente de cuándo había tenido su última vacuna. 

Justine exploró la pequeña casa. Estaba sucia y vacía, pero pensó que tenía personalidad. Había algunas señales de las personas que alguna vez habían vivido allí. Algunos restos por aquí y por allá. Un bonito papel tapiz en la habitación infantil. Un motivo de patos blancos con delantales rojos en la cocina.  Justine se sentó en el suelo de la sala de estar. Miró las cortinas que cubrían las ventanas y se sintió irritada. Algo no estaba bien. Si esta fuera su casa…ella no tendría persianas, sólo cortinas. Estaba bien si el sol se inmiscuía en la habitación temprano por la mañana. Lo hacía más… rústico, más casero. La alfombra era del color equivocado, pero bajo la luz tenue de la habitación, no importaba demasiado. Justine intentó visualizar la habitación con muebles. El zumbido confortable de una televisión. Un sitio para sentarse. Una manta sobre el suelo para el pequeño. Se veía tan claro cuando cerraba sus ojos, que casi podía tocarlo. Pero cuando los abría, la habitación se encontraba vacía. Lo sentía tentadoramente cerca, pero frustrantemente incapaz de alcanzarlo.  

Quizás cuando fuera más grande, si alguna vez llegaba a la adultez, podía convertirse en una decoradora de interiores. Amaba la manera en la cual se sentía en una casa vacía. Veía claramente en su mente la manera en la que debería lucir. Sabía exactamente cómo hacerla lucir bien. Pero un cliente tendría su propia visión de las cosas, su propia idea de cómo deberían verse las cosas, y quizás no coincidiría con la imagen en la mente de Justine. 

Se recostó sobre el suelo y miró hacia el techo, el sol de la tarde formaba rayas color naranja a lo largo del techo estilo gotelé. Algo no estaba bien. Debería lucir… ¿Cómo debería lucir? Justine cerró sus ojos para visualizarlo. 

Su teléfono sonó en su bolsillo, alarmándola. Supo sin mirar de quién se trataba. Emma. Queriendo saber en dónde se encontraba y por qué no estaba en casa todavía. Justine había deshabilitado la función de localización de su teléfono. Emma había comprado el celular, pensando que podría usarlo para seguir los movimientos de Justine. ¿Qué se pensaba, que era estúpida? Todos los adolescentes conocían ese truco. Sin embargo los padres seguían intentándolo. Algunos estudiantes mantenían el dispositivo de seguimiento encendido cuando estaban en la escuela o en los lugares en los cuales se suponía que deberían estar, y sólo lo apagaban en aquellas ocasiones en las cuales necesitaban algún escape, culpando a los puntos ciegos del GPS cuando se les preguntaba al respecto. A Justine no le importaba, simplemente lo apagaba. 

Después de que la llamada fuera directamente al contestador, desafortunadamente el contestador de Justine estaba lleno con los otros mensajes de Emma y no podría dejar uno nuevo, lo activó. Abrió la aplicación para drenar la batería; un programa que le era de utilidad cuando quería condicionar su batería. Comenzó el ciclo de descarga, y se sentó a mirar como el medidor disminuía hasta drenar la potencia. 

Lo siento, Emma, mi batería se murió. 

Se recostó nuevamente en el suelo, y cerró sus ojos, visualizando cómo le gustaría que luciera esa habitación. A medida que la habitación fue oscureciendo, se quedó dormida. 

Justine tenía sueños inquietos, siempre en busca de aquello que no podía alcanzar. Se despertó un par de veces, con frío e incómoda en el suelo. Pero simplemente volvía a cerrar los ojos, visualizando su casa, la casa como debería lucir en su imaginación, y se quedaba nuevamente dormida. 

Se despertó con el sonido de la puerta trasera que comenzaba a abrirse. Justine se dio vuelta e intentó orientarse y averiguar qué estaba sucediendo. Se encontraba en una casa vacía. La habitación estaba oscura, solo había una tenue luz que se filtraba de las grietas de las cortinas y que provenía de la luz exterior. Había alguien más allí. Alguien había entrado a la casa. Haciendo un esfuerzo para moverse, preparándose para escapar o para protegerse, Justine se deslizó a través del suelo hacia la pared, permaneciendo en lo bajo y en las sombras. Escuchó pasos que se acercaban hacia la cocina en donde se encontraba ella. Una linterna jugaba por el suelo, ocasionalmente iluminando las paredes o en otra dirección a medida que el ladrón exploraba la casa. Justine se pegó más a la pared, intentando evitar la luz de la linterna. Si el haz de la luz la atrapaba…

Se podía oír el murmullo distorsionado de una radio. Justine se concentró en ello, frunciendo el ceño. ¿Un ladrón con un walkie talkie? ¿Tendría un compañero esperándolo fuera? Ella había estado planeando escaparse detrás de él, dada la oportunidad, pero quizás debería desafiarlo e intentarlo por la puerta principal en su lugar. El socio del ladrón podía estar en la puerta trasera esperándolo. A medida que el hombre se acercaba desde la puerta hacia la sala de estar, pudo percibir su silueta contra la ventana de la cocina por un momento, y Justine lo vio inclinar su cabeza hacia su hombro mientras presionaba el botón de su walkie talkie e informaba algo. Se quedó congelada en el lugar, observándolo. ¿Qué tipo de merodeador era este? 

Movió la linterna alrededor de la habitación, y la duda de Justine la delató. 

-“¡No te muevas!”, ordenó la oscura figura. 

Justine se quedó inmóvil. Él apuntó la linterna directamente hacia su rostro. 

-“¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo en esta casa?”, inquirió, acercándose a ella. 

Justine no respondió, entrecerrando sus ojos e intentando verlo a pesar de la luz cegadora. 

-“¿Qué eres? ¿Un policía?”, preguntó,  simplemente pudiendo identificar un uniforme. 

Él estaba más cerca de ella ahora, y la tomó por el brazo girándola para mirar hacia la pared. 

-“Manos contra la pared”, le ordenó, empujándola de modo que se viera forzada a agarrarse con ambas manos contra la pared. Con una mano, continuó presionando la parte baja de su espalda, manteniéndola contra la pared y con la otra revisó sus bolsillos, tirando al suelo todo lo que había en ellos. Luego tiró de ella hacia atrás, bajando sus brazos y poniéndolos detrás de su espalda, asegurándolos con un par de esposas.  

-“¿Eres un oficial de policía?”, repitió Justine. 

-“Seguridad”, le contestó. “La policía se encuentra en camino”. 

Volvió a iluminar su rostro con la linterna, y luego a medida que las imágenes flotaban persistentemente frente a ella, iluminó con la linterna los artículos que había quitado de sus bolsillos, y alrededor de la habitación. 

-“Fuera”, ordenó. 

-“Pero, mis cosas…”, protestó Justine. 

-“La policía se hará cargo de tus cosas. Vamos. Afuera”. 

La empujó hacia la puerta trasera, y Justine permitió que la escoltara fuera de la casa. La llevó por el jardín, a través de la puerta, y nuevamente hacia el frente, para hacerla sentar en el cordón de la acera. 

-“Quédate aquí y compórtate”, le ordenó. 

Bajo la luz de la calle, finalmente pudo verlo. Vestía el uniforme de una compañía de seguridad privada con el walkie talkie asegurado a su hombro como un policía. Era alto, de contextura corpulenta, de edad media y blanco. Su automóvil estaba aparcado frente de la casa del vecino y otro hombre, delgado y con cabello blanco se acercó a conferir. 

-“¿Revisaste el resto de la casa?”, preguntó. 

-“Aún no. Quédate aquí con ella. Me aseguraré de que esté todo despejado”. Miró a Justine. “¿Hay alguien más allí?”

Justine negó con su cabeza. 

-“No, sólo yo”. 

Justine dio vuelta su cabeza y vio como se dirigía al patio trasero y fuera de su vista. Ella bostezó, y limpió su boca sobre el hombro de su camiseta. 

-“¿Haces rondas todas las noches?”, le preguntó al guardia de seguridad más viejo. 

Él asintió.

-“Sí”.

Un automóvil de policía con luces intermitentes se acercó a ellos y un joven oficial se bajo del coche se acercó. 

-“¿Este es tu ladrón?”, preguntó innecesariamente. 

-“Sí”, asintió el viejo guardia. “Ella se encontraba en la casa. Daniel entró nuevamente para despejarla. Para asegurarse de que no hubiera ningún novio”. 

-“¿Qué estabas haciendo allí?”, preguntó el policía dirigiéndose a Justine. 

Justine lo miró. Siempre le gustaron los policías. Aún cuando se encontraba en problemas por alguna razón, la hacían sentir segura y protegida. Tenía un rostro amigable. Afeitado y limpio, un corte de cabello militar. Ojos que brillaban en la oscuridad. Justine le sonrió. 

-“¿Cuál es tu nombre?”, le preguntó. 

-“Soy el Oficial Carter”, le dijo con una voz comedida. “¿Cuál es tu nombre y qué estabas haciendo en esa casa?”

-“Durmiendo. Mi nombre es Justine”. 

-“¿Justine qué?”|

-“Justine Bywater”. 

-“¿Qué edad tienes, Justine?”

-“Quince”.

-“¿Qué estabas haciendo en la casa?”, insistió.

Justine se encogió de hombros, inclinando su cabeza hacia él. 

-“Simplemente dormía”, dijo sonriendo. 

El guardia de seguridad volvió de la casa y asintió al Oficial Carter. 

-“¿Quieres el tour?”, le preguntó. 

-“Sí, mejor echo un vistazo”. 

Ambos hombres volvieron a ingresar en la casa. Justine miró nuevamente al guardia de seguridad más viejo suspirando. Se sentía incómoda sentada en el cordón de la acera, con sus manos esposadas en su espalda. Movió sus hombros y cambió de posición, intentando encontrar una que fuera más cómoda. Su coxis le dolía. Los dos hombres no tardaron demasiado, y volvieron a salir de la casa. El Oficial Carter dejó su skate y las demás pertenencias de Justine. 

-“No eres una sin techo”, le dijo. 

-“No”, acordó Justine. “Nunca dije que lo fuera”. 

-“¿Qué hacías durmiendo en una casa vacía?”

Justine se encogió de hombros y puso sus ojos en blanco. 

-“Me alejé demasiado de mi casa y me volví. No pude encontrar el camino de vuelta. Cuando encontré esta casa, vi la ventana rota, y entré…simplemente me recosté por un momento para descansar…”

-“Me estás mintiendo, y no lo estás haciendo muy bien”. 

-“¿Por qué te mentiría?”

-“¿Te escapaste? ¿Es eso?”

-“No. Simplemente no pude encontrar mi camino de vuelta”. 

-“¿Por qué no llamaste para pedir ayuda? Tienes un teléfono”, indicó con la punta de su pie. 

-“La batería está muerta”. 

Carter levantó su teléfono y presionó el botón de encendido. No encendió. Lo volvió a arrojar junto a la pila de sus cosas. 

-“Podrías haber ido a algún lugar y pedir ayuda. Podrías haberle pedido el teléfono a alguna persona. Haber ido a una tienda. Hay un montón de opciones”. 

-“Supongo. Estaba confundida, ¿sabes?”

La estudió, frunciendo el ceño. 

-“No puedo entender por qué irrumpirías en una casa vacía para dormir allí, a menos que haya algo mal contigo”.

Justine sintió como su rostro se ruborizaba y deseó que él no pudiera verlo en la penumbra de la calle. No había nada malo con ella. Sólo había sido un impulso. Algo que hacer. 

-“Levántate”, le dijo el oficial Carter. 

Justine se puso de pie de manera rígida. No la ayudó haber estado durmiendo sobre el suelo frío toda la noche. Tomando sus muñecas por detrás, el Oficial Carter sintió sus bolsillos para asegurarse de que el guardia de seguridad no se había perdido de nada. 

-“Te encuentras bajo arresto por allanamiento de morada”, le dijo. 

-“¡No irrumpí! ¡Ya estaba roto! Simplemente…entré”. 

-“Esta no es tu casa, corazón. No puedes hacer eso”. 

Justine suspiró. Él caminó hacia su coche y abrió la puerta trasera. 

-“Cuidado con tu cabeza”, le advirtió, ayudándola a entrar. Justine sintió un cálido rubor de placer a medida que sus fuertes manos la guiaban dentro del automóvil. Levantó sus pies, y luego él cerró la puerta, dejándola dentro. Ella pensó que él entraría al automóvil enseguida, pero pasó más tiempo hablando con los guardias, y volvió a entrar en la casa una vez más. Finalmente, subió al asiento delantero de la patrulla. 

Fue una larga y aburrida espera en la estación de policía. Justine se encontraba esposada a un banco, esta vez con sus manos por delante, entre sus piernas. Era un poco más cómodo que el cordón de la acera, aunque no demasiado. Su trasero se sentía entumecido mientras permanecía sentada allí, mirando como otros arrestados iban y venían. Muchos de ellos eran borrachos, de todos los tipos. Borrachos sin hogar, borrachos vestidos para una noche en la ciudad, borrachos ruidosos y divertidos, borrachos tranquilos y taciturnos. Algunos estaban enfermos, otros apenas estaban conscientes. Justine no tenía idea de que tanta gente se fuera al tacho en una noche. También había otro tipo de arrestos. Una chica que había destrozado el coche de su novio. Un robo a una tienda de licores. Una pelea de cuchillos entre un hombre alto y de aspecto ordinario y un sujeto hispano de cabello largo, baja estatura y de aspecto salvaje que le enseñaba los dientes a quién lo mirara. A pesar de todas las idas y venidas, Justine estaba aburrida. No podía imaginarse qué era lo que estaba tardando tanto. 

Eventualmente, vio a Emma entrar y dirigirse hacia la mesa de información. 

-“¡Emma! ¡Emma, aquí!”, la llamó Justine. 

Emma la miró y sus ojos se encontraron. Emma sacudió su cabeza con disgusto. Justine rió nerviosamente ante su expresión. Emma continuó hablando con el oficial que se encontraba en la mesa de información, y eventualmente apareció el oficial Carter y le asintió, indicándole que lo siga. Justine podía escuchar sus palabras a medida que se acercaban. 

-“Ella estaba durmiendo en una casa vacía. Los propietarios tienen una verificación de seguridad nocturna, y al ver la ventana rota entraron a revisar”. 

-“Justine”, Emma le dijo con frustración. “¿Otra vez? ¿Por qué haces esto?”

Justine se encogió de hombros. 

-“Hola Emma”, le dijo con una sonrisa alegre. 

El oficial Carter miró a Emma con el ceño fruncido. 

-“¿Ha hecho esto antes?”, preguntó. “No estaba en su registro”. 

Emma asintió.

-“Lo mantuvimos fuera hasta ahora…ella tiene…cierto tipo de problema psicológico. Ella no pretende hacer ningún daño. Es sólo…un tipo de compulsión. ¿Hay alguna posibilidad de que…podamos pagar por la ventana, y mantener esto fuera de su registro?” 

-“Eso no parece haber funcionado demasiado bien en el pasado”. 

-“Ella padece una enfermedad”, protestó Emma. “¡No puede castigarla por algo que no puede controlar!”

-“No hay nada malo conmigo”, se interpuso Justine. “Sólo porque no quiero estar contigo, no significa que haya algo malo conmigo”. 

-“Ella tiene un terapeuta”, le dijo Emma a Carter, elevando su voz por encima de la de Justine. “Puede llamarlo, hablar con él de ello. Él se lo explicará…”

-“Señora, esta vez irá a su registro”, dijo Carter firmemente. “No puede intentar protegerla constantemente. Deje que asuma las consecuencias por sus acciones, y quizás aprenda de ello”. 

El rostro de Emma enrojeció. 

-“Por favor, ¿no puede entender que estamos tratando de ayudarla? No tiene que ver con la disciplina…”

-“Está rompiendo la ley. Está dañando la propiedad de otra persona. Mi simpatía por sus problemas se acaba aquí. ¿Se encuentra medicada debido a esta ‘compulsión psicológica’?”

-“Err-no. Hemos probado con ciertas medicaciones en el pasado. No han funcionado bien. Ahora estamos intentando con intervenciones biomédicas”.

-“¿Dieta?”, la desafió Carter. “¿Y cómo está funcionando eso?”

-“Bueno…”, Emma se fue apagando sin poder hacer nada, mirando a Justine. 

-“¿Podemos irnos de aquí?”, preguntó Justine. “Estoy cansada de estar sentada”. 

Emma la miró, luego miró a Carter. 

-“¿Obtuvo sus papeles en la mesa de entrada?”, preguntó Carter. 

Emma asintió, exhibiéndolos. 

-“Allí tendrá la fecha de presentación ante el tribunal. Vaya y dígale al juez que se encuentra mentalmente enferma. Quizás la deje ir. Pero no contaría con ello. Tenemos leyes por una razón. Si ella es incapaz de obedecer la ley, entonces quizás debería estar en una institución en donde no pueda lastimar a nadie”. 

La mandíbula de Justine se desplomó. ¿Ponerla en una institución? Había estado tan enamorada del oficial Carter; no podía creer que se volviera contra ella de este modo.

-“No pertenezco en una institución”, le dijo, con su voz quebrándose de la emoción. Las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. 

-“Las personas que irrumpen en las casas quedan encerradas, de una forma o la otra”, le dijo Carter rotundamente y de una manera completamente antipática. “Si no quieres estar encerrada, quizás deberías dejar de romper la ley”. 

Justine lo contempló boquiabierta, intentando pensar en una respuesta. El se inclinó para liberar las esposas de Justine. 

-“Me escapé”, dijo Justine rápidamente, intentando que vuelva de su lado antes de que fuera demasiado tarde. “Tienes razón, me escapé, y no tenía ningún lugar a donde ir, entonces…la ventana estaba rota, y simplemente estaba buscando un lugar en donde pasar la noche. Ni siquiera me iba a quedar allí. Sólo quería un lugar en donde dormir, en donde nadie pudiera lastimarme más. ¡No me mandes a casa con ella, me pegará!”, dejó entrever su sentido de pánico, alimentando la historia. “Me escapé para salir de todo eso. ¡Ella me encerrará! ¡Le dijiste que debía estar encerrada, y me encadenará en el sótano otra vez! Me azotará, y no me alimentará, y me encerrará…”

-“Suficiente”, le dijo Carter. “Si fueras una fugitiva, me lo habrías dicho en la casa. He tratado con la cantidad suficiente de niños abusados y fugitivos, y no eres uno de ellos. Si quieres presentar una denuncia llama a Servicios de Protección Infantil. Puedes usar el teléfono que se encuentra allí. No voy a hacer un informe, porque claramente eso es basura”. 

Las lágrimas comenzaron a caer por el rostro de Justine, y se aferró al brazo de Carter. Quería quedarse allí, no quería volver a casa con Emma. 

-“Por favor ayúdame”, le rogó. 

-“Ayúdate a ti misma”, le dijo, indicándole nuevamente el teléfono negro en la pared. “El número se encuentra justo al lado del teléfono. 

Justine bajó sus manos, dejándolo ir.

-“Gracias oficial”, le dijo Emma con un suspiro. “Quizás tenga razón”. 

Le dio a Justine un pequeño empujón hacia la puerta. Justine se sobresaltó ante el contacto de Emma y retrocedió, gruñéndole. 

-“¡No me toques!”

-“Vamos. A casa”. 

Justine la siguió a través de la agitada habitación, su estomago se sentía tenso y vacío. Camino al coche, Justine tomó su skate y la bolsa con sus pertenencias de Emma y entró al automóvil. 

-“¿Qué voy a hacer contigo?”, preguntó Emma. Justine permaneció callada, mirando por la ventana. “Quizás tenga razón”, dijo Emma. “Quizás deba dejarte sufrir las consecuencias de tus acciones. Dejar que te encierren. Quizás si hiciera eso, entonces comprenderías la manera en la cual funciona el mundo”. 

Justine observó como el cielo nocturno pasaba fugaz por su ventana. No había estrellas, las luces de la calle evitaban que se pudiera ver el cielo nocturno, salvo por la luna. Una vez ella y Christian habían patinado en una colina en el parque de vida silvestre. Se habían recostado en la cima de la colina, lejos de todas las luces de la ciudad, y miraron las estrellas. Justine no sabía que existían tantas estrellas. 

-“¿No vas a contestarme?”, le dijo Emma. “¿No tienes nada que decir por ti misma?”

Justine simplemente miró la oscuridad detrás de las luces.

La mañana siguiente, el Dr. Morton evaluaba a Justine, esperando que hable. Pero hacía años que Justine lo veía, y le conocía todos sus trucos. Los adultos pensaban que si permanecían en silencio durante el tiempo suficiente, hablarías, simplemente para llenar el silencio. Llenarlo con cualquier cosa. Pero Justine era lo suficientemente inteligente como para caer en ese truco. Ignorando al Dr. Morton, miró por la ventana, observando cómo las palomas se alineaban en el edificio vecino. Casi parecía como si estuvieran jugando un juego. Una podría volar fuera de la cornisa y aterrizaría casi encima de la otra. Esa paloma entonces volaría, y haría lo mismo, aterrizando no en donde había un lugar vacío, sino encima de otro pájaro. Entonces éste volaría para hacer lo mismo. A veces había algunas variantes en el patrón. Dos pájaros remontarían vuelo en lugar de uno, o el pájaro que se encontraba en el extremo volaría de manera aleatoria hasta posarse por sí mismo, fuera del juego. Justine sintió que los pájaros eran mucho más inteligentes que las personas que daban crédito por ello.   

-“Entonces…”, comenzó finalmente el Dr. Morton, renunciando a que Justine comience a hablar por sí misma. “¿De qué quieres hablarme?”

-“No estoy aquí porque quiero hablarte”, Justine indicó. “Estoy aquí porque Emma me trajo. Si fuera por mí, estaría en la escuela”. 

El Dr. Morton era un poco más alto que el promedio, sus largas piernas estaban tendidas frente a él mientras se sentaba en un ángulo detrás de su escritorio. Era más viejo que Emma. Quizás aún mayor que el director de la escuela. Sus sienes estaban comenzando a tener canas, pero tenía todo su cabello en su cabeza o una buena peluca. Lucía como un doctor de Hollywood, todo peinado y pulido, con un aspecto bien completo. Casualmente devastador. Pero demasiado viejo como para que Justine se interesara en él. Él debería ser mayor que su padre, si es que tenía un padre en alguna parte.

-“Haz estado teniendo algunos problemas últimamente”, sugirió Morton. 

-“No más de lo usual”, dijo Justine encogiéndose de hombros sin darle importancia. 

-“Te arrestaron”, indicó. “Eso es nuevo”. 

-“No…el hecho de que no pude salirme con ello es lo nuevo”. Justine sacudió su cabeza fingiendo consternación. “El joven oficial Carter no estaba dispuesto a ceder”. 

-“¿Y por qué piensas que es eso?”

-“Quizás no le gusten las chicas”, sugirió Justine con una sonrisa. Intentó mantener un humor ligero y evitar discutir la situación seriamente. Pero el Dr. Morton no sonrió. 

-“¿Es eso lo que piensas?”, cuestionó, remarcando el archivo frente a él. 

-“No. Supongo que es sólo un tipo duro. No parecía serlo. Parecía amigable. Pero…” Justine sacudió nuevamente su cabeza. “No pude influir sobre él. Él estaba convencido de que yo era una reincidente que tenía que aprender de sus maneras equivocadas”. 

-“¿Y no es eso cierto?”, inquirió el Dr. Morton.

-“Bueno…sí, creo que soy reincidente”, admitió Justine. 

-“¿Pero no necesitas que te muestren tus maneras equivocadas?”

-“No estoy lastimando a nadie”.

-“Estas lastimando al propietario de la casa. Rompiste una ventana”. 

-“¿Cómo eso lastima a alguien? Emma se ofreció a pagar por ello”. 

-“Entonces lastimas a tu madre, ¿no es así?”

-“Si me hace trabajar por ello, entonces la única persona perjudicada aquí soy yo. Entonces, ¿a quién le importa?”

-“No creo que a tu madre le guste tener que sacarte de la cárcel, llevarte al tribunal, traerte aquí, o hacerte trabajar para pagar por una ventana. Esas son bastantes cosas para hacer porque decidiste irrumpir en una propiedad privada”. 

-“A Emma le gusta jugar a ser la mártir. Ella está feliz de tener algo de qué quejarse, para que las personas sientan lástima por ella”, afectó Justine con una voz dramática. “Pobre Emily y el infierno que tiene que atravesar gracias a esa descarriada hija que tiene. No es algo impactante. Debe ser una santa para soportar todo eso”. 

Justine sonrió, orgullosa de su desempeño. Morton levantó una ceja. 

-“¿Es eso así?”

-“Seguro. Sabes la gran importancia que le da a mi comportamiento. Siempre exagerando e inventando cosas. Le estoy haciendo un favor al darle algo de qué hablar”. 

-“Hmm”, Morton permaneció en silencio, garabateando algunas notas. Después de un rato la volvió a mirar. “¿Cómo te sentías antes de entrar en la casa?”

-“No irrumpí en la casa”, dijo Justine, “el vidrio ya estaba roto”. 

-“No estamos aquí para discutir sobre la semántica”. 

-“No es semántica”, discrepó Justine, sonriendo con ironía

-“Justine”, la reprendió firmemente Morton. “Suficiente. Responde a la pregunta”. 

-“No sé. Me estaba sintiendo…enojada porque Emma me había castigado”. Miró a Morton con dificultad. Los sentimientos siempre la confundían. Algo que no podía dilucidar fácilmente. “¿Es esa la respuesta correcta?”

-“La verdad es la respuesta correcta. ¿Es esa la verdad?”, insistió. 

-“No lo sé. Estaba pasándola bien con mi skate. Compré una porción de pizza en una tienda. Todo bien. No sé lo que sentía. 

-“¿Pizza?”, preguntó Morton frunciendo el ceño. “Pensé que te estabas desintoxicando”. 

-“Seguro”, acordó Justine. “¿Piensas que Emma me daría una pizza real, toda grasienta y llena de gluten, lácteos y productos de procedencia animal?” Justine hizo una pausa para lamerse los labios, pensando en ello. “No, esto era algo que compró en la tienda de alimentos saludables. Libre de todas esas toxinas,  productos transgénicos y demás. No lo que yo llamaría una pizza. Estaba bien…pero sabía un poco a cartón”. 

Asintió dando su aprobación. 

-“Bien. Te acostumbrarás a ello. Tu cuerpo se sentirá mucho mejor y encontrarás que puedes funcionar mejor”. 

-“Sí”. Justine sacudió ligeramente su cabeza a pesar de sí misma. “Ya me siento mucho más liviana”. Sonrió. 

Él asintió lentamente. 

-“Pero este incidente es perturbador. Me gustaría saber por qué sentiste el impulso de irrumpir en la casa de otra persona. ¿Qué es lo que sucede dentro tuyo que te impulsa a hacer eso cuando sabes que está mal y que vas  a terminar teniendo problemas?”

-“Si lo supiera, estarías sin trabajo”. 

Morton rió apreciativamente. 

-“Supongo que tienes razón. Vayamos más profundo e intentemos averiguarlo. La primera o segunda vez, pensé que era algún tipo de curiosidad o rebeldía. Pero parece haber algo más allá. Haz continuado con este comportamiento durante algún tiempo. ¿Qué piensas que está sucediendo?”

Justine puso sus ojos en blanco. 

-“Doctor…creo que simplemente quiero vivir por mí misma. Ser independiente y no tener que vivir con Emma, ¿sabe? Eso es todo”. 

-“Eso es una pantalla”, dijo Morton. 

Justine se retorció en su asiento. La conocía desde hacía mucho tiempo, había escarbado dentro de su cerebro durante muchos años. No iba a aceptar la respuesta fácil, ni la primera opción que ella le ofrecería. Justine era demasiado sencilla, demasiado segura de sí misma como para que él le creyera. La verdad tardaría más en salir. Tomaría un trabajo arduo y saldría con algunas lágrimas. Nunca lo creería de otro modo. 

-“¿Por qué?”, lo desafió de todos modos Justine, tratando de ganar tiempo para pensar en una mejor respuesta. 

-“Porque sabes que no puedes quedarte allí. Sabes que no puedes mudarte de la casa de Emma y vivir en una casa abandonada por ti misma. Sabes que tarde o temprano los propietarios o la policía se presentarán y te sacarán a la calle. Es verdad que quizás quieras liberarte de Emma y cuidar de ti misma. Puedes querer emanciparte o escaparte. Pero este no es un comportamiento fugitivo. Esto es…no lo sé”, musitó. “Es otra cosa. ¿Qué sientes cuando entras en una de estas casas?”

-“No lo sé. Simplemente me siento…segura”, contestó Justine luchando por encontrar una palabra que lo definiera mejor, pero sin poder encontrarla. “No lo sé”. 

-“Segura, ¿cómo?”

Justine elevó sus cejas y se encogió de hombros. 

-“Sólo segura. En casa. Perteneciendo”.

-“¿En qué otro lugar sientes que perteneces?”, le preguntó el Dr. Morton, golpeando su lápiz mecánico sobre sus dientes por un momento y luego garabateando algo en su anotador. “Cuéntame sobre ese sentimiento”. 

-“No pertenezco a ningún lugar”, dijo Justine, sacudiendo la cabeza inflexiblemente. “No pertenezco con Emma. No pertenezco en la escuela. No tengo amigos. No tengo nada. Pero me gusta…me gusta estar en mi propia casa”. 

-“Con la excepción de que no es tu propia casa. Ni siquiera es una casa cómoda. Es una casa vacía”. 

-“¿Y? Es donde mejor me siento”, dijo Justine. “Puedo imaginar el resto”. 

Morton cerró sus ojos e inclinó su silla hacia atrás. 

-“¿Qué es lo que te imaginas? ¿Siempre es igual? ¿Es la misma habitación, los mismos muebles? ¿O depende de la casa?” 

Justine dudó. Después de un minuto, Morton abrió sus ojos y la miró. 

-“Vamos, Justine. Cierra tus ojos y descríbela. Ayúdame a ver como se ve y se siente para ti”. 

Justine miró por la ventana a las palomas. ¿En dónde dormían?  ¿Dormían en el techo o tenían nidos en un árbol o en una catedral en algún lugar? ¿Todas ellas se juntaban o era sólo por casualidad que estaban en el mismo lugar? ¿Eran amigos o familia, o extraños que jugaban un juego de ‘tira a la paloma de la cornisa’?

-“No lo sé”, dijo Justine finalmente, sin cerrar sus ojos, pero visualizándolo en el aire frente a ella. Era brumoso, sin forma. Imaginarlo nunca era lo mismo que estar ahí, en la habitación con su visión. “Está…oscuro…los muebles son grandes, viejos. La alfombra…tiene esos grandes bucles en ella. Es marrón oscuro. Me recuerda a un perro gigante que te permite recostarte sobre él como una almohada. A veces hay ruidos…personas hablando a la distancia…solo ruidos comunes de otras personas viviendo sus vidas”. 

-“¿Imágenes en las paredes?”, preguntó Morton. “¿Otras personas?”

Monica estaba allí, pensó Justine. A veces, pero no siempre. Katie siempre estaba allí. Le hacían compañía. Nunca estaba sola. Pero no eran adultos que la lastimaban o que le decían qué hacer. Sólo los otros. Sus hermanas. Su verdadero ser. La persona que se suponía que debía ser. Pero hacía tiempo que no hablaba de ellas con el Dr. Morton. Él pensaba que se habían ido. 

-“Nadie más”, mintió. “Sólo yo. Imágenes…no sé si hay imágenes. Están demasiado altas como para verlas”. 

-“Hmm”, asintió lentamente Morton. “Interesante. ¿Y qué te gusta hacer allí? ¿Cómo te entretienes o te mantienes ocupada? ¿Hay juguetes, libros, televisión?”

-“Hay una televisión”, acordó Justine, “pero es aburrida. Usualmente solo duermo. 

Cerró sus ojos, con la representación en su mente. Imaginando la paz que sentía estando consigo misma. Sólo ella, conciliando el sueño con el zumbido de la televisión de fondo, y su mejilla impresa en la vieja alfombra marrón de peluche.

Emma vio salir al Dr. Morton de su oficina, cerrando la puerta silenciosamente detrás de él. 

-“¿Está todo bien?”, le preguntó con una preocupación inmediata. 

-“Está bien”, le aseguró el Dr. Morton con una sonrisa. “Por favor no te pongas ansiosa. Creo que logramos algún progreso hoy”. 

-“¿Realmente? Eso es genial”

-“Se quedó dormida”, dijo, asintiendo hacia la puerta cerrada. 

-“¿Dormida? ¿Por qué? Bueno, creo que estuvo despierta casi toda la noche entre la estación de policía y todo…”

-“Creo que es más un estado de fuga o de auto-hipnosis. Un tipo de disociación”. 

-“Eso suena peligroso”. 

-“No del todo. Creo que nos estamos acercando más a averiguar la base de sus problemas psicológicos”. 

Emma frunció los labios, entrecerrando los ojos hacia él. 

-“Pensé que creías que probablemente se debía a que había estado enferma cuando era pequeña. Porque no pudo formar un vínculo conmigo porque se encontraba en el hospital, y que esa fue la causa de sus problemas de comportamiento”. 

-“Esa es una teoría…pero siempre estuvo fuera de nuestro alcance, porque los trastornos afectivos usualmente se basan en una experiencia traumática, o en una separación larga del cuidador o en un período de negligencia. Dijiste que no estuvo en el hospital durante tanto tiempo, y cuando estuvo, usualmente estabas allí con ella. No estaba en aislamiento, y podías sostenerla y mantener un vínculo”. 

Emma se encogió de hombros con impotencia. 

-“Pero pensaste que había sido por ello”. 

-“¿Justine estuvo lejos de ti durante otro período de tiempo?”, presionó.

Emma negó con la cabeza. 

-“Cuéntame acerca de dónde vivían cuando era más joven”. 

-“¿Qué quieres decir?”

-“La casa en la cual vivían. Descríbeme las habitaciones y la decoración”.

-“Siempre hemos vivido aquí”, dijo Emma, “en la misma casa”. 

-“¿Nunca ha vivido en otra casa?”

-“No”. 

-“¿Ni se ha quedado con alguien; una tía o hermana o alguien, mientras tuvieras que ir a algún lado?”, insistió. 

-“No,” dijo Emma negando con su cabeza. 

-“Sólo el hospital”.

-“Y eso fue durante un par de semanas, y yo estaba allí, cuidándola”.  

-“Continua evadiéndome,” suspiró él.

-“¿Tomará mucho más tiempo?”, dijo Emma mirando su reloj.

-“No. La sacaré de este estado disociativo y continuaremos. No debería tomar más tiempo. Solo  … no tiene sentido. No creo que me esté mintiendo, pero lo que dice simplemente no coincide. No tiene sentido.”

Emma asintió con comprensión.

-“Lo sé  … me gustaría poder ayudar.”


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Por Mí Misma

By P.D. Workman

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