Lo Que Sabía El Gato

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Capitúlo 1

Reg Rawlins bajó del coche y estiró los músculos entumecidos de conducir todo el día. Según el termómetro del salpicadero, hacía unos grados más que en Tennessee. Además, había humedad y el aire estaba cargado. Podía oler el océano. Había oído que cualquier punto de Florida estaba a menos de cien kilómetros del océano en línea recta. Estaba deseando pasar algún tiempo nadando y buscando conchas marinas. Siempre había querido vivir cerca de una playa de verdad. Una playa cálida y de arena.

—¡Bruja! —la acusó un vagabundo sentado en la acera con un cartel de cartón. Tenía el pelo largo y desgreñado, barba gris y le faltaban varios dientes. Llevaba la ropa raída y, aunque estaba a unos metros de distancia, Reg podía oler que llevaba tiempo sin lavarse.

Le frunció el ceño, pero no se dio la vuelta. Su reacción le pareció interesante. Iba vestida de acuerdo con el papel que pretendía representar: pañuelo en la cabeza, joyas grandes y pendientes de aro, un largo y vaporoso vestido de vuelo. No era de extrañar que él se fijara en ella y comentara su atuendo. Pero había optado por bruja en lugar de adivina o médium, lo que a ella le pareció una elección extraña. No llevaba sombrero puntiagudo ni túnica negra.

—¿Qué te hace pensar que soy una bruja?

—¡Todas las pelirrojas son brujas! —le informó él.

—Ah —Reg llevaba el pelo pelirrojo recogido en trenzas, que le colgaban alrededor de la cara en lugar de enrollárselas bajo el pañuelo. Le gustaba el efecto, y le gustaba la sensación que le producían las trenzas cuando giraba la cabeza y se agitaban de un lado a otro. Ignoró al vagabundo y miró hacia arriba y hacia abajo por el paseo marítimo.

Le gustaba el ambiente de Florida, tranquilo y relajado, no como en Tennessee, donde había visitado a Erin. Allí sí que había señoras estiradas. No se arrepentía de haberse ido, aunque le entristecía que las cosas no hubieran funcionado con Erin. Erin era mucho más divertida cuando eran niñas, pero había crecido demasiado y se había convertido en una anciana estirada en lugar de la niña perdida que había sido cuando vivían con los Harris y luego cuando ambas habían salido de la casa de acogida y habían hecho algunas estafas juntas. Ahora era adulta, madura y responsable, y ya no le interesaban las ideas de Reg.

—No sabes lo que te pierdes, Erin —murmuró Reg mirando a su alrededor, al cielo azul, la vegetación verde, sintiendo el sabor a sal que flotaba en el aire. Nadar en Florida no iba a ser nada parecido a un chapuzón en el océano en Maine. Kilómetros de playas de arena, aguas cálidas y ninguna preocupación en el mundo.

Se recogió las trenzas con ambas manos y se las echó por detrás de los hombros, dejándolas caer de nuevo.

—¿Hay algún sitio bueno para comer por aquí? —preguntó al vagabundo.

La gente la miraba con extrañeza al pasar, y Reg no sabía si era por su atuendo o por el hecho de que estaba hablando con una persona inexistente.

—Solo si te gusta el marisco —se rio el hombre.

Por suerte, a Reg le gustaba.

—Deberías ir al Bol de Cristal —le dijo—. Allí es donde se reúnen las brujas.

Reg frunció los labios, considerándolo. 

—¿A la Bola de Cristal?

—El Bol de Cristal. ¿Lo pillas?

—¿Dónde está el Bol de Cristal?

Señaló hacia el paseo marítimo.

—Allí a unas dos manzanas. Gran cartel. No tiene pérdida.


A Reg le habían dicho que Florida, y Black Sands en particular, era el sitio de psíquicos y médiums, pero no esperaba que hubiera una comunidad tan grande como para tener su propio restaurante. Se alegró de haber elegido Florida en lugar de Massachusetts. Ya había tenido suficiente Nueva Inglaterra para toda la vida.

El Bol de Cristal tenía una decoración y un mobiliario satisfactoriamente dramáticos. Negros, rojos y dorados se combinaban en un rico tapiz de misticismo, iluminado por velas parpadeantes que en realidad eran pequeñas luces eléctricas. Oriente se encontraba con Occidente en una especie de cruce entre un fumadero de opio y un decorado de adivina de feria. Funcionaban juntos en armonía en lugar de chocar.

Los clientes del restaurante, sin embargo, eran decepcionantemente normales. Vestían pantalones cortos con camisetas o blusas ligeras, gafas de sol apoyadas en la frente y todo el mundo miraba el móvil o llamaba a la gente del otro lado de la sala para saludarse. No había ningún sentido del decoro místico.

El cartel decía «por favor, espere a ser atendido», pero Reg se dirigió a la barra y eligió un taburete.

El camarero vestía con sobriedad y tenía la piel demasiado pálida para ser de Florida. Era evidente que pasaba demasiado tiempo en el restaurante, al abrigo del sol. O eso, o era un vampiro.

—Buenas tardes —saludó, ajustando el espacio entre las diversas botellas en el mostrador y girando sus etiquetas hacia fuera.

—Hola.

—No creo haberla visto antes por aquí.

—No, acabo de llegar volando en mi escoba.

La miró. 

—Disfraz equivocado.

Reg sonrió. 

—Bien. El viejo vagabundo de la calle me dijo que era una bruja y temía haberme equivocado.

—Es el pelo rojo.

—Eso he oído. ¿Las médiums no pueden ser pelirrojas?

—Las médiums pueden tener lo que quieran. ¿Qué va a ser? —señaló las ordenadas hileras de botellas detrás de la barra y la pizarra en la pared detrás de ellas.

Reg examinó las opciones. ¿Debía presentarse como alguien con gustos exigentes y eclécticos? ¿Una experta? ¿Alguien único y memorable?

Sin embargo, quería que el bar fuera un lugar donde pudiera soltarse la melena, no donde tuviera que estar siempre representando un papel.

—Una cerveza de barril —suspiró—. La que tengas.

Él asintió y cogió una jarra de cerveza. La llenó y la colocó pulcramente en un posavasos frente a ella, acercándole un bol de pretzeles. Algo agradable y salado para estimular la sed.

—Así que, señorita Medium, ¿su nombre es…?

—Reg Rawlins —pensó que estaba bien usar ese nombre, aunque era el que había usado en Bald Eagle Falls. No creía que ningún delito la persiguiera hasta Florida y no pensaba declarar impuestos con ese nombre.

El hombre asintió con la cabeza.

—Bill Johnson.

Reg dio un trago a su cerveza. Había sido un largo viaje y se alegraba de poder relajarse y recargar las pilas. Al pensar en baterías figuradas, decidió que sería mejor comprobar su batería real. Reg sacó su teléfono y comprobó la carga. No estaba mal. Le duraría un par de horas más y quizá para entonces ya se habría instalado en algún sitio. Abrió el navegador y buscó alojamiento. Había un montón de resultados de alquileres a corto plazo. Muchos veraneantes. Encontrar un lugar permanente le llevaría más tiempo, pero al menos tendría un sitio donde colgar el sombrero, o su pañuelo, y poder enchufar su teléfono.

—¿Necesita un lugar donde quedarse? —preguntó Bill reconociendo el sitio web.

—Parece que hay muchas opciones.

—Sarah Bishop está buscando un inquilino. Es fácil llevarse bien con ella. Ustedes dos probablemente se llevarían bien.

—¿Ah, sí?

Bill miró alrededor de la estancia. 

—Todavía no ha llegado. Suele venir a cenar. Si no viene, puedo llamarla y decirle que está interesada.

Reg enarcó una ceja. 

—Usted no me conoce de nada. ¿Qué le hace pensar que haría buenas migas con Sarah Bishop o que puede recomendarme a ella?

—Digamos que… se me da bien leer a la gente. 

Reg pensó que contrariarle no sería lo más sensato, así que dio un sorbo a su cerveza y no lo desafió.

—De acuerdo. Bueno, se lo agradecería. Poder mudarme ya a un lugar fijo sería una gran ventaja. Gracias.

—De nada —se alejó para atender a otro cliente.

Reg siguió hojeando los listados de alojamientos para hacerse una idea de lo que le costaría el alquiler y qué opciones tenía si no le gustaba la casa de Sarah Bishop. Podía ser una pocilga. Sarah Bishop podía ser la hermana o la ex de Bill y él solo quería quitársela de encima. Había sido bastante rápido en ofrecer su ayuda y juzgar a Reg digna como inquilina de su amiga.

Alguien ocupó el taburete contiguo al de Reg y ella levantó la vista para ver de quién se trataba. Era un hombre sorprendentemente guapo. De unos treinta y tantos años, llevaba el pelo corto peinado de forma que dejaba ver un pico de viuda. Además, llevaba una barba incipiente que a primera vista hacía pensar que se había olvidado de afeitarse durante un par de días, pero que al examinarla con más detenimiento se veía cuidadosamente recortada. Sus ojos eran oscuros, pero brillaban casi rojos en la tenue iluminación del restaurante, reflejando el rojo del mobiliario y los revestimientos de las paredes. Si le añadía una capa, sería perfecto para encarnar a un vampiro.

Le dirigió una mirada enigmática, casi sonriendo, pero no del todo. Hizo una mueca. Ella pensó que iba a saludarla como Bill, reconociéndola como una extraña y preguntándole quién era, pero se limitó a inclinar ligeramente la cabeza y esperar a que le trajeran su bebida, algo que Bill hizo sin que él se lo pidiera. Obviamente, era «lo de siempre».

—Reg Rawlins, Uriel Hawthorne —dijo Bill, haciendo un gesto de uno a otro a modo de presentación.

Buena elección de nombre. Reg estaba impresionada. Aun así, Uriel no dijo nada, se limitó a echar hacia atrás su chupito y a observarla.

—Encantada de conocerle —dijo Reg, tendiéndole la mano para estrechársela, obligándole a reconocer su presencia.

Él la dejó colgada un momento, sin moverse para cogerle la mano, y finalmente respondió, tomándola entre las suyas en un gesto suave y acariciador que hizo que ella quisiera retirarse de inmediato. Sin embargo, apretó los dientes y le dedicó una cálida sonrisa. Le dio un apretón más antes de soltarla y retirarse de nuevo.

—Es un placer conocerla —respondió Uriel—. ¿Está pensando en unirse a nuestra pequeña comunidad?

—Bueno, ya veremos cómo va —dijo Reg encogiéndose de hombros—. Soy nueva en la ciudad y nunca he formado parte de… este tipo de comunidad. Siempre he estado sola.

—Tiene sus ventajas.

Reg levantó las cejas inquisitva.

—Puede establecer sus propias reglas, hacer sus propias cosas —dijo Uriel—. No tiene a nadie con ideas preconcebidas sobre cómo deben ser las cosas.

—Cierto —asintió Reg. En su opinión, las normas estaban hechas para romperlas. No estaba dispuesta a aceptar una construcción social que intentara controlar sus actividades.


—Ah, aquí está Sarah —dijo Bill acercándose a Reg.

Le llevó un momento recordar quién era Sarah y por qué debía importarle. Sarah era la casera que buscaba un inquilino.

Reg se volvió siguiendo la mirada de Bill. Buscaba a una mujer más o menos de su edad, ya que Bill había dicho que creía que Sarah y ella harían buenas migas, pero no vio a nadie que encajara con su idea preconcebida.

Bill hizo un pequeño gesto con la mano, y una mujer le saludó con la cabeza y desvió su trayectoria para unirse a él en la barra.

Era una mujer mayor, por lo menos de unos sesenta años, de cara redonda, pelo rubio de bote que se curvaba alrededor de su rostro y gafas de montura de alambre. Parecía una simpática abuela, con los labios rosados por el carmín recién aplicado, camisa floreada, pantalones rosas y sandalias planas blancas. Sonrió a Bill.

—Buenas noches, Bill. ¿Cómo estás hoy?

Él asintió y no se molestó en contestar al saludo. 

—Sarah, te presento a Reg Rawlins. Acaba de llegar a la ciudad y está buscando alojamiento.

—¡Oh! —A Sarah se le iluminó la cara—. ¡Bueno, querida, eso es maravilloso! ¡Resulta que tengo una casa de campo que estoy intentando alquilar! ¿Me acompañas a cenar? —señaló las mesas del comedor—. Me temo que últimamente no me apaño bien con los taburetes de bar.

—Claro —aceptó Reg, bajándose del suyo y llevándose la bebida—. Estaría bien.

No se molestó en despedirse de Uriel, irritada por su actitud distante y desinteresada. Sarah la condujo a una mesa que probablemente era la suya habitualmente, ya que no parecía haber ningún problema en que se sentara ella misma en lugar de esperar a que la sentaran. Sonrió y charló con algunos de los otros clientes mientras se dirigía a su asiento.

—Siéntate, siéntate —animó a Reg, como si la hubiera estado reteniendo de alguna manera—. ¿Reg? ¿Es el diminutivo de algo? ¿De dónde vienes?

—Regina. He vivido en todas partes.

—Bueno, es un nombre bonito. ¿Lo elegiste tú o ya era tuyo?

Reg se rio de la pregunta. 

—Me pusieron Regina, pero elegí Reg.

—Muy bonito. Me gusta. ¿Y a qué te dedicas? —hizo un pequeño gesto señalando el vestido de Reg—. ¿Lees las manos? ¿Tarot?

—Un poco de todo. Sobre todo, hablo con los muertos.

—Ah— Sarah asintió comprendiendo—. Es un buen trabajo. ¿Llevas mucho tiempo haciéndolo?

Reg estudió a la mujer, sin saber si sincerarse sobre ser médium o estafadora. Ambos caminos parecían igual de traicioneros.

—Siempre he tenido… ciertas tendencias… dones, si lo prefiere…— dijo de pasada—. Solo estoy probando por ahora… viendo si es algo que debo perseguir…

Sarah asintió. Una camarera se acercó y les entregó los menús, presentándose y mostrando un par de dientes caninos bastante largos cuando sonrió. Sarah no se dio cuenta y apenas echó un vistazo al menú. Obviamente, ya había estado allí suficientes veces como para saber lo que quería.

—¿Qué está bueno?— preguntó Reg, echando un vistazo a la oferta.

—El marisco es fresco. Aparte de eso… hamburguesa y patatas fritas… no probaría nada demasiado aventurero.

—Es bueno saberlo.

Después de hacer su pedido, Reg se reclinó en su asiento, mirando a Sarah.

—¿Qué hay de ti? ¿Te jubilaste en Florida o siempre has vivido aquí?

—He vivido en muchos sitios, querida. Florida es bueno para mis viejos huesos. En cuanto a jubilarme… quizá algún día, pero todavía no.

—¿A qué te dedicas?

Sarah levantó las cejas, como sorprendida de que Reg no lo supiera. ¿Se suponía que debía adivinarlo? ¿Creía Sarah que Bill se lo había dicho?

—Bueno, soy bruja— dijo Sarah, como si debiera haber sido obvio.

—Oh— Reg se quedó de una pieza, sin saber qué decir ni cómo responder. Sarah le había dado la vuelta a la tortilla. Reg estaba acostumbrada a provocar reacciones en los demás. Le gustaba disfrazarse y decir cosas extravagantes para ver cómo reaccionaba la gente ante sus diferentes personajes. Esta vez le tocaba a ella—. Supongo que debería haberlo adivinado— Reg levantó las manos encogiéndose de hombros e indicando su entorno—. Después de todo, estamos en el Caldero Mágico.

Sarah parpadeó.

—El Bol de Cristal.

—Da igual. Esto es un lugar de reunión de brujas, ¿no? Así que, por supuesto, eso es lo que eres.

—Creía que lo sabías. No viniste aquí por decisión propia, ¿verdad?

—Había un viejo vagabundo en el paseo marítimo… me llamó bruja y me señaló este camino. Así que, sí… lo sabía… Todo esto es demasiado— Reg miró alrededor del restaurante—. Es decir, aquí todo el mundo no puede ser brujo.

—Claro que no— convino Sarah—. Hay gente de todas las tendencias espirituales y paranormales. Brujas, brujos, magos, médiums— hizo un gesto de asentimiento a Reg—, adivinos, curanderos… gente que tiene dones y gente que los busca.

—De acuerdo entonces— Reg miró a los clientes y sacudió la cabeza, le costaba creer que todos estuvieran haciendo la misma estafa—. ¿Y no hay demasiada competencia por los mismos… clientes?

—Algunos creen que Black Sands se ha vuelto demasiado comercial y otros se quejan de que está demasiado masificado. Pero en su mayor parte… la gente está dispuesta a vivir y dejar vivir. Somos gente pacífica.

—Ajá.

Sarah empezó una lírica descripción de la ciudad y sus ciudadanos más interesantes. Reg intentó no quedarse con la boca abierta mientras escuchaba. La camarera acabó trayendo la comida. Reg no se había dado cuenta del hambre que le estaba entrando, pero cuando le pusieron el plato delante, se dio cuenta de que estaba hambrienta.

—Esto tiene una pinta estupenda— le dijo a la camarera, sin esperar que en aquel restaurante de brujas tan poco convencional le sirvieran pescado en un bonito plato. Se lanzó a comer y dio varios bocados deliciosos antes de mirar a Sarah para preguntarle si le estaba gustando la comida.

Sarah tenía los ojos cerrados y las manos sobre el plato, como si se las calentara con el vapor que salía de la comida. Reg se volvió para mirar a la camarera, pero ya se había ido. Luego miró incómoda a Sarah, preguntándose si debía seguir su ejemplo.

Sarah abrió los ojos y vio que Reg la miraba fijamente.

—Eh… —tanteó Reg— ¿Amén?

Sarah asintió ligeramente. Luego empezó a comer.

—Está realmente bueno —dijo Reg—. Muy bueno.

—No comería aquí siempre si no lo estuviera —convino Sarah. Se acarició el estómago—. ¡No tendría que preocuparme tanto por mi cintura si yo cocinara!

Era rellenita, pero en plan abuela. Reg no podía imaginársela delgada, no le habría quedado bien. Adele, la amiga bruja de Erin en Tennessee, era alta y delgada, y eso le sentaba bien, pero a Sarah no.

—¿Por qué no me hablas de tu casa? —preguntó—. Bill parecía pensar que seríamos capaces de llegar a un acuerdo.

—Es muy empático— dijo Sarah—. Lee a la gente.

—Ah. Por supuesto— tenía sentido para un camarero. Reg había conocido tanto buenos como malos camareros.

—Es solo un pequeño apartamento de dos dormitorios— dijo Sarah, respondiendo a la pregunta de Reg—. ¿Pero eres solo tú…?

—Sí. Sin cargas.

—Entonces puedes usar una habitación como dormitorio y la otra como despacho, y seguir teniendo espacio para el entretenimiento en el salón.

—Sí— aceptó Reg. No había pensado en recibir clientes en su casa. No estaba segura de querer que nadie supiera dónde vivía. Si no les gustaba lo que decía, no sabrían dónde vivía para enfrentarse a ella. Había pensado ir a verlos, hacer lecturas en sus propias viviendas. Podía leer mucho mejor a un cliente si estaba rodeado de sus cosas. La gente revela muchas cosas por su forma de vivir.

—Está separado de la casa principal, así que no estaríamos la una encima de la otra. Cada una puede tener su propio horario. Puede ser un problema mezclar gente de día y de noche. La cocina es pequeña, en realidad solo tiene una zona de encimera. Puedes usar la cocina grande si necesitas hornear o entretenerte. Yo no la uso mucho.

—Espero que yo tampoco. No cocino mucho.

—¿Lo ves? Serías perfecta. No te estarías quejando de que no tiene horno. Tiene todo lo que necesitas.

—Bueno, tal vez podríamos ir a verlo después de la cena, y hablar de negocios.

—Te va a gustar mucho. Te lo aseguro.

Como Reg no era muy exigente, Sarah probablemente tenía razón. Si a Reg no le gustaba al cabo de un mes o dos, ya tendría una idea de dónde buscar un sitio mejor. No era un compromiso a largo plazo.

Eso era bueno, porque a Reg Rawlins no le gustaban los compromisos largos.

Capitúlo 2

Unos dedos fríos y húmedos recorrieron la cara de Reg, despertándola a altas horas de la madrugada.

Se incorporó de golpe, con el corazón acelerado. Echó un vistazo rápido a su alrededor, intentando recordar dónde estaba y quién estaba con ella. Su infancia caótica la había marcado y se despertaba con rapidez, lista para luchar, golpear, protegerse y escapar a un lugar seguro. Sin embargo, no había nadie más en la habitación. Tal vez el techo tenía goteras y una gota de agua fría se había deslizado por su mejilla.

Se la tocó, pero estaba seca y solo le quedaba el recuerdo de aquellos dedos helados.

Reg aguzó el oído durante largo rato, escuchando el murmullo de las olas a lo lejos. Era un ruido tranquilo y apacible, y poco a poco los latidos de su corazón volvieron a su ritmo normal, aunque seguían siendo demasiado fuertes como para volver a conciliar el sueño.

—Aquí no hay nadie —dijo Reg en voz alta—. Estás perfectamente a salvo, Reg. Nadie va a hacerte daño.

Era reconfortante oír aquellas palabras.

Cuando era niña, los terapeutas les habían dicho a sus padres adoptivos y a su asistente social que sufría trastorno de estrés postraumático, y que esa era la razón de que muchas veces su comportamiento fuera inapropiado. Eran tonterías, por supuesto. Reg nunca había estado en una guerra ni había sufrido ningún atentado terrorista. Nunca la habían secuestrado. Su infancia había sido dura, pero también la de muchos otros niños. Además, a Reg se le daba bien adaptarse. No se podía llamar trastorno de estrés postraumático a unas cuantas pesadillas, solo porque estuviera de moda.

Escuchó las olas durante largo rato. Estaba amaneciendo cuando volvió a dormirse, todavía sin saber qué la había despertado aquella noche.

* * *

Cuando se levantó por la mañana, lo hizo con el claro propósito de tener un gato. Necesitaba un gato. Sería un buen compañero. Las brujas tenían gatos u otros animales parecidos. La gente sentía, de forma instintiva, que las personas que tenían mascotas eran más amables y dignas de confianza que las que no las tenían. Además, le haría compañía sin tener que recurrir a tener a otra persona en casa. A Reg le gustaba la compañía, pero también tener su propio espacio.

Un gato era la idea perfecta.

Reg soltó una risita ante el juego de palabras. Una idea perrrfecta.

Buscó algunas direcciones en su teléfono, pensando en qué más podría necesitar comprar para instalarse en su nuevo espacio vital. El hecho de que estuviera amueblado era una ventaja. Ella viajaba ligera de equipaje y estaba acostumbrada a tener pocos ingresos. Una casa totalmente amueblada era un lujo al que no estaba acostumbrada.

Antes de ir a la perrera, compró víveres y las cosas básicas que iba a necesitar para cuidar a un gato. Se felicitó por haber sido previsora para darse cuenta de que no podría hacer las demás compras una vez que tuviera al gato en el coche. Tendría que ir directamente a casa y no quería dejar allí solo al pobre bicho para ir a hacer recados.

En el refugio de animales, autodenominado santuario de mascotas, antes de que la dejaran ver a los animales, Reg tuvo que rellenar un montón de papeles en los que indicaba que estaba dispuesta a cuidar de una mascota durante el resto de su vida natural y a seguir todas las normas establecidas por el refugio, como no extirparle las uñas a un gato.

El lugar era ruidoso y maloliente. Se había hecho todo lo posible para que fuera un lugar agradable, cómodo y digno para los animales, pero seguía apestando. Reg pensó en Erin. Probablemente habría salido de allí vomitando, pues era muy sensible a los malos olores. Reg no sabía cómo se las arreglaba para tener mascota, teniendo que cambiar la arena y limpiar después de cualquier accidente. No les habían permitido tener mascota cuando vivían con los Harris, pero Reg había visto suficientes ejemplos de cómo reaccionaba Erin a los olores humanos y estaba segura de que le costaría limpiar los excrementos de los animales.

Había gatos viejos, gatitos pequeños y de todo. Gatos naranjas, atigrados y tricolores. De pelo corto y largo. A diferencia de los perros, la mayor parte de los gatos no interactuaba con la gente que pasaba junto a sus jaulas, sino que simplemente dormían, acurrucados en las esquinas. De vez en cuando, alguno abría los ojos o levantaba la cabeza un momento, pero casi todos seguían durmiendo.

Pensó que le llamarían la atención los gatitos más jóvenes y juguetones, pero concluyó que la iban a tener despierta toda la noche y no estaba segura de que eso fuera lo que quería.

Tal vez tener un gato había sido un impulso. Tener un animal de compañía era una de esas cosas que nunca debías hacer por impulso.

Había buenas razones para tener un gato, pero también las había para no tenerlo. Podría ser ruidoso y despertarla por las noches, o dejar bolas de pelo, o desparramar la arena y los excrementos por toda la casa. Podría subirse a la encimera y meterse entre sus cosas o escaparse de casa.

Probablemente era una mala idea.

Reg miró dentro de la jaula contigua. El gato blanco y negro del interior levantó la cabeza, salió del nido de mantas de la esquina, se estiró y se acercó a la parte delantera de la reja.

—Hola, gato —murmuró Reg.

Se sentó erguido y la miró, serio y quieto. Reg metió el dedo a través de los barrotes, escuchando una voz en el fondo de su cabeza que le advertía de que nunca debía meter el dedo en la jaula de un animal. Hasta un hámster te mordería si metieras los dedos entre los barrotes. Sin embargo, al igual que había hecho caso omiso de las madres de acogida que le habían advertido que no hiciera cosas peligrosas, Reg ignoró la voz.

El gato movió la nariz al captar su olor. Durante un minuto, se quedó allí sentado. Luego se inclinó hacia delante y se acercó un paso más, tocando con la nariz el dedo de ella y luego frotando la mejilla contra él. Ella sintió cómo le rozaba el dedo con los dientes. Le rascó la barbilla.

—¿Te gusta? 

El gato se frotó contra ella y empezó a ronronear de satisfacción.

Una de las trabajadoras del refugio se acercó.

—¡Vaya, has conectado con el esmoquin!

Reg la miró. La chica era adolescente, de unos dieciséis o diecisiete años, rubia y de mejillas redondas.

—¿El esmoquin?

—Sí, es negro con el pecho blanco, como si llevara esmoquin negro y camisa blanca, así que le llamamos gato esmoquin.

—Oh, es genial.

—Y también tiene los ojos de dos colores diferentes. Me encanta.

Reg lo miró y se dio cuenta de que tenía un ojo verde y otro azul. 

—Supongo que eso significa que es especial.

—Creo que lo es —La chica asomó el dedo por los barrotes para intentar rascar también al gato esmoquin, pero él solo quería frotarse contra el dedo de Reg—. Ha estado bastante deprimido desde que lo trajeron. Su dueño murió y no ha congeniado con nadie. Hemos intentado jugar con él y hacer que se interese por las cosas, pero está tan triste que lo único que hace es dormir. Apenas come.

Como para llevar la contraria, el gato dejó de frotarse contra el dedo de Reg y se acercó a su cuenco de comida, la olisqueó y empezó a comer, haciendo crujir las croquetas.

Reg se rio.

—¡Pues no comía! —protestó la chica—. Debes de ser tú. Quizá le recuerdas a su dueño.

Reg observó al gato. 

—¿Qué sabes de ella?

—¿Ella? Es un él. Es un chico.

—No, me refiero a su dueña. ¿Qué sabes de ella?

—Ah. Bueno, también es un hombre. No sé mucho, solo que Tux debió estar muy unido a él.

Si ella iba a tener un gato, entonces tenía que ser ese. Ninguno de los otros gatos había mostrado interés alguno por Reg, y ella no se había sentido especialmente atraída por ellos. Chasqueó la lengua, pensando en ello, y el ruido hizo que el gato volviera la cabeza para mirarla de nuevo. Dejó su cuenco de comida y se dirigió a la parte delantera de la jaula, ronroneando.

—Creo… que es este —dijo Reg.

Al menos era de pelaje corto, así que no le llenaría la casa de pelo, y parecía muy tranquilo, no era un gatito que fuera a saltarle a la cara en mitad de la noche y no dejarla dormir.

—¡Qué bien! —exclamó la chica—. Iré a buscar a Marion y ella podrá ayudarte con la adopción.

—Vale, bien.

Reg esperó allí, rascando y tocando a su gato apaciblemente, hasta que la supervisora se acercó para hablarle del proceso.

Si Reg esperaba entrar, coger un gato y salir diez minutos después, estaba muy equivocada. Hasta la admisión había durado más de diez minutos. Al parecer, necesitaba asesoramiento, que le explicaran cómo cuidar de un gato, todas las cosas que podían ir mal, el presupuesto para comida y veterinario, qué hacer en caso de problemas de comportamiento, y así sucesivamente.

A Reg le dolía la cabeza cuando terminaron y estaba dispuesta a dejarlo estar e irse a casa sin gato, pero eso significaba que las horas que había estado allí fueran tiempo perdido, y no iba a desperdiciar su primer día completo en Florida. La mitad de las provisiones ya se estaban estropeando en el coche y no iba a salir de allí con las manos vacías.

Marion decidió al fin que Reg estaba lista para irse, sacó al gato esmoquin de su jaula y lo colocó en una caja de cartón, en la que puso también la manta peluda sobre la que había estado durmiendo.

—Tener algo que huele a casa le ayudará en el cambio. No dejes de llamarme si tienes alguna duda sobre sus cuidados. Normalmente recomendaría que tu primera mascota fuera un animal más pequeño, como un hámster, pero esmoquin necesita urgentemente un hogar y parece que le gustas.

Reg observó cómo Marion cerraba bien la caja y la cogió. No quería quedarse allí discutiendo más. Quería llevar al gato a su casa.


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Lo Que Sabía El Gato

By P.D. Workman

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